Inventio
Vol. 19, núm. 49, 2023
doi: http://doi.org/inventio/10.30973/2023.19.49/6

El sentido ontológico de la vocación: convergencia de Nicol, Sánchez Vázquez y Villoro

The ontological meaning of vocation: convergence of Nicol, Sánchez Vázquez and Villoro

Iver A. Beltrán García
orcid: 0000-0001-9761-9878, iivehr@hotmail.com
Universidad de Chalcatongo (unicha), Sistema de Universidades Estatales de Oaxaca (suneo)

resumen

Se explica que la vocación tiene un sentido ontológico para el ser del sujeto humano, es decir, que, de acuerdo con tal sentido, constituye un rasgo intrínseco para este ser. Para ello, se articulan los aportes de tres filósofos mexicanos: Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez y Luis Villoro, a través de un método ecléctico que cuida la coherencia y el contexto de origen de las ideas. Además de esclarecer un aspecto específico del fenómeno vocacional, el artículo ilustra cómo esos aportes se enriquecen recíprocamente y cómo puede establecerse un diálogo fecundo y productivo entre filósofos con diferentes formas de entender y practicar la filosofía, lo que contribuye a la construcción de una comunidad y tradición filosófica en México.

palabras clave

filósofos mexicanos, sentido ontológico, sujeto, vocación

abstract

It is explained that vocation (or calling) has an ontological meaning for the being of the human subject, to wit, that—according to such meaning—it constitutes an intrinsic trait for this being. To this end, the contributions of three Mexican philosophers are articulated: Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez, and Luis Villoro, through an eclectic method that takes care of the coherence and context of origin of the ideas. In addition to clarifying a specific aspect of the vocational phenomenon, the paper illustrates how these contributions enrich each other, and how a fruitful and productive dialogue can be established between philosophers with diverse ways of understanding and practicing philosophy, thus contributing to the construction of a philosophical community and tradition in Mexico.

key words

mexican philosophers, ontological meaning, subject vocation



Recepción: 10/07/23. Aceptación: 15/01/24. Publicación: 15/05/24.



Introducción

El fenómeno de la vocación puede ser entendido en sentido óntico o en sentido ontológico, es decir, como característica contingente o como característica necesaria para el ser del sujeto humano. En el primer caso (sentido óntico, contingente), este sujeto puede poseer o no poseer vocación en un determinado momento de su vida, como en la adolescencia o en la madurez, o en un determinado ámbito social, como en el educativo, el laboral o el religioso. En cambio, en el segundo caso (sentido ontológico, necesario), todos los sujetos humanos en tanto humanos tienen vocación en todos los momentos de su vida y en todos los ámbitos, pues la vocación se concibe como un elemento intrínseco de la forma humana de ser. En lo que respecta al ámbito iberoamericano, el concepto de vocación ha sido estudiado filosóficamente en su sentido óntico por Ortega y Gasset, y en su sentido ontológico, por Eduardo Nicol (Beltrán García, 2017a; Perpere Viñuales, 2020).

Este artículo se propone esbozar los aportes de este último filósofo, Nicol (1907-1990), al estudio del fenómeno vocacional, a través de los conceptos clave de ímpetu, diálogo, comunidad y tradición, y vincularlos a otros desarrollos teóricos que los complementan y enriquecen, como el concepto de praxis creadora, de Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011) y el concepto de comunidad sapiencial, de Luis Villoro (1922-2014).

Estos filósofos difieren profundamente entre sí en lo que respecta a su forma de entender y practicar la actividad filosófica. Nicol, en su metafísica fenomenológica y hermenéutica, caracteriza a la filosofía como ciencia; Sánchez Vázquez, desde un marxismo crítico, como práctica transformadora, y Villoro, a través del análisis filosófico, como análisis de conceptos, de tal manera que cada una de esas descripciones —bajo la forma en que fueron planteadas e ilustradas por ellos y por su trabajo— excluye por principio a las otras. Y, sin embargo, en cada uno hay ideas que ganan en capacidad descriptiva y hermenéutica al conjuntarse con las de los otros, como ocurre en el estudio del fenómeno vocacional.

En concordancia con esto, el método que se utiliza aquí es el ecléctico: se enlazan ideas afines, se desarrollan sistemáticamente y se atiende a su coherencia recíproca y a las particularidades del contexto teórico en el que se originan. Siguiendo tal ruta metodológica, se aprecia que las ideas de los filósofos aquí estudiados, además de ser congruentes unos con otros, ofrecen del fenómeno vocacional una comprensión más amplia y profunda que la de cualquiera de ellos aisladamente.

La importancia del presente artículo radica, en primer lugar, en que destaca los conceptos clave de una concepción, la de Eduardo Nicol, que atiende el sentido ontológico de la vocación; en segundo lugar, en que muestra cómo esta concepción puede ser enriquecida por elementos tomados de la obra de Sánchez Vázquez y de Luis Villoro, sin descuidar su coherencia ni alterar el sentido de esa concepción o de esos elementos en su contexto de origen; y, en tercer lugar, ofrece un ejemplo de cómo leer la historia de la filosofía en México estableciendo un diálogo fecundo entre las diferentes formas de entender y practicar la actividad filosófica, y, por lo tanto, contribuyendo a la construcción de una comunidad y una tradición filosófica más incluyente en nuestro país.

El sentido ontológico de la vocación

La vocación, en su sentido óntico, como rasgo contingente del ser humano, puede darse como hecho o como idea. Como hecho, ha acompañado al ser humano desde siempre; pero como idea, aparece en un determinado momento y lugar. Pues bien, en este último sentido, la vocación se origina en la Antigüedad, como parte de la cultura hebrea, en el ámbito religioso, y específicamente en el Antiguo Testamento, por ejemplo, Éx. 3, Am, Is 6 y Jer 1 (Reina Valera 1960): es la llamada de la divinidad a un sujeto individual o colectivo a cumplir una tarea de salvación de otros sujetos con la aflicción de un problema.

De acuerdo con la explicación de Farfán Mejía y Perdomo Zambrano (2020), el cristianismo, a través de Clemente de Alejandría (siglos ii-iii d. C.), reinterpreta esa idea a partir de la tradición educativa helenística de la paideia y le da con ello un sentido pedagógico y profesional: adoptando a Cristo como modelo, la vocación se orienta a la específica tarea de salvación que es la actividad de difundir las buenas nuevas, como en el caso del sacerdocio, y adquiere una connotación de sacrificio y renunciamiento a la vida material.

Esta forma de entender el fenómeno vocacional, al mismo tiempo cristiana y clásica, es la que, según ha estudiado Max Weber, evoluciona hasta aparecer en las traducciones protestantes de la Biblia como Beruf o calling (Lebensstellung, Arbeitsgebiet), es decir, como trabajo profesional u ocupación principal que proporciona una base económica y un estatus social (Weber, 2016, pp. 59 y ss.). Uno de los filósofos que mejor ha estudiado el fenómeno vocacional en este sentido óntico, contingente, es Ortega y Gasset (1964a, 1964b, 1964c, 1965a, 1965b, 1965c, 1966).

En contraste con el sentido óntico, tenemos un sentido ontológico, conforme al cual la vocación es uno de los rasgos necesarios, intrínsecos, de todos los seres humanos y no sólo de algunos de ellos. Este sentido es el que nos interesa aquí. Esta interpretación del fenómeno vocacional la encontramos en la obra del filósofo Eduardo Nicol, quien, para situarlo en el horizonte de la vida humana, hace referencia a cuatro coordenadas precisas: los conceptos de ímpetu, diálogo, comunidad y tradición.

Comencemos con el concepto de ímpetu. Eduardo Nicol, en su Metafísica de la expresión, explica que “la existencia humana es la forma vocacional de ser” (Beltrán García, 2017a; Nicol, 1974, p. 199); es decir, que, entre todos los seres del universo, sólo el ser humano posee un ser incompleto, y que, por consiguiente, se ve forzado a completar su ser a través de la elección de un camino de vida. Los animales no humanos no se cuestionan qué tipo de ser vivo serán, mientras que cada persona ineludiblemente tiene que encarar y resolver el problema del tipo de ser humano en que quiere convertirse. A esta característica exclusiva del ser humano Nicol la llama ímpetu, élan vital, Ὁρμή (hormé) (Nicol, 1974, p. 200).

Pero la elección de un camino en la vida nunca se realiza totalmente a solas. Aquí es donde interviene el concepto de diálogo. En la mente del sujeto siempre se despliega una variedad de alternativas, de rutas vitales ya trazadas y caminadas por otros hombres, quienes, a través de su ejemplo, hacen atractivas y deseables esas rutas. “El hombre es quien llama al hombre”, escribe Nicol (1974, p. 200). Es decir, la vocación constituye una llamada, y quien llama es el ejemplo de los otros seres humanos. Con esos otros seres humanos el sujeto entabla un diálogo, en el cual escucha el mensaje enviado por ellos mediante su ejemplo y responde a ese mensaje a partir de las propias circunstancias y la propia creatividad.

La vocación es ímpetu y diálogo; y, por ello mismo, para analizarla son indispensables los conceptos de comunidad y tradición. El diálogo del sujeto con el ejemplo de los otros seres humanos se desenvuelve en un eje vertical y en un eje horizontal, que corresponden a su dimensión comunitaria y a su dimensión tradicional (Nicol, 1974, p. 270). El eje vertical de la comunidad, de la situación intersubjetiva, remite al diálogo que entablan los individuos y grupos entre sí y con la comunidad como un todo al interior de la comunidad misma. El eje horizontal de la tradición, de la continuidad a través del tiempo, se refiere al diálogo del presente con el pasado, de la generación actual con la anterior. En diálogo intracomunitario (en el seno de una misma comunidad) e intergeneracional (del presente de una comunidad con su pasado) es que el sujeto despliega sus alternativas, considera las ventajas y desventajas de cada una y elige, siempre propias a partir de sus ideas, valores, aspiraciones y proyectos.

La vocación está marcada, pues, por el ímpetu, el diálogo, la comunidad y la tradición. Y una de sus características esenciales es la creatividad. En este punto es donde, eclécticamente, enlazaremos los conceptos de Eduardo Nicol (ímpetu, diálogo, comunidad y tradición) con otro que tiene un lugar central en el pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez: el de praxis creadora. Este nexo es importante porque resalta el hecho de que el fenómeno vocacional, aunque se genera a través del ímpetu, el diálogo, la comunidad y la tradición, únicamente llega a una realización efectiva, sólo alcanza su plena concreción, bajo la forma de actividad cradora. Precisamente, Sánchez Vázquez, en su libro Filosofía de la praxis (Sánchez Vázquez, 2003; Beltrán García, 2017b), hace un análisis de las diferentes formas que asume una actividad en general, y de manera especial, la actividad específica del ser humano. Lo que haremos es tomar como punto de partida ese análisis y adaptarlo a nuestro análisis del fenómeno de la vocación.

Este filósofo llama praxis a la actividad humana práctica, es decir, a aquella cuyo objeto, instrumentos y resultado son materiales, en el sentido de independientes de la conciencia (Sánchez Vázquez, 2003, p. 270), y la divide en creadora y reiterativa (pp. 320, 329). La praxis creadora tiene tres características: (1) el resultado no se limita a ejecutar el fin que el sujeto se planteó, sino que, en el proceso de su realización, transforma el fin mismo, de manera que (2) dicho proceso se muestra imprevisible, y (3) el resultado tiene carácter único e irrepetible. La praxis reiterativa, en cambio, carece de tales características.

Es necesario remarcar que esta idea de Sánchez Vázquez acerca de lo que es la creatividad se aplica, en su contexto original, únicamente a la actividad práctica. Por lo tanto, para poder retomarla y complementar mediante ella el análisis de Nicol, es necesario previamente efectuar una adaptación. Ésta consiste en aplicar esa idea de creatividad a la actividad humana en general, en vez de restringirla, como lo hace Sánchez Vázquez, a una forma específica de actividad humana. Al adaptarla y ampliar su alcance de esta manera, dicha idea no se distorsiona ni traiciona su contexto teórico original, porque, en primer lugar, ese contexto ha sido expuesto, y, en segundo lugar, la idea continúa refiriéndose a las tres características planteadas originalmente por este filósofo (transformación del fin por el resultado, imprevisibilidad del proceso y unicidad del resultado).

Entendiendo la creatividad de esta forma ampliada, resulta un contrasentido hablar de una vocación reiterativa, rutinaria, imitativa. Una vocación, precisamente porque consiste en un diálogo con la tradición y con la comunidad, no consiste en repetir los pasos que los otros ya dieron; por el contrario, si bien se toma como punto de partida su ejemplo, de lo que se trata es de emprender desde ahí la búsqueda de nuevas formas de caminar el mismo camino, e inclusive de volver a trazar el camino mismo. Si el sujeto únicamente imitara lo que otros hicieron o hacen, dejaría de ser interlocutor activo del diálogo y se convertiría en escucha pasivo del monólogo ajeno.

Toda vocación es una actividad creadora, imaginativa, innovadora. Elegir una vocación no es darle fielmente a la vida propia la forma de un molde ya fijado de antemano por otros seres humanos del pasado y del presente, sino aceptar el reto de reinventar y recrear su ejemplo. Nadie conoce desde un principio el camino, ni el lugar al que llegará, por más mapas, instrucciones y relatos que su tradición y su comunidad le proporcionen.

Como vemos, los conceptos de Nicol de ímpetu, diálogo, comunidad y tradición son enriquecidos por la idea ampliada de creatividad de Sánchez Vázquez, pues ésta permite comprender que la vocación no se realiza o llega a su concreción sino a través de una actividad que, a su vez, no se restringe a ejecutar un fin predeterminado sino que, a lo largo del proceso, transforma el fin mismo, trayendo como resultado la imprevisibilidad del proceso mismo y haciendo de su resultado algo único e irrepetible. Esta dimensión del fenómeno creativo, esta idea de la creatividad, no está presente en el estudio que hace Nicol del fenómeno vocacional, pero es complementaria y congruente con ese estudio. La adaptación y ampliación del alcance de esa idea se hace respetando el espíritu con el cual fue desarrollada por Sánchez Vázquez.

Por último, pero no menos importante, hay que considerar la importancia del conocimiento en toda actividad humana, pues el conocimiento constituye, o el fin principal en la actividad teórica, o un recurso destacado para un fin diferente al conocimiento en la actividad práctica. El conocimiento está siempre presente en esa forma de actividad humana que es el fenómeno vocacional, como fin en las vocaciones teóricas, o como recurso o medio en las vocaciones prácticas. Una de las consecuencias de esto es que la comunidad en la que se inscribe toda vocación debe ser comprendida en el sentido de una comunidad de conocimiento.

No basta, pues, describir el fenómeno vocacional a través de los cuatro conceptos que nos ofrece Nicol (ímpetu, diálogo, comunidad y tradición), ni tampoco es suficiente entenderlo de la mano de Sánchez Vázquez como una actividad creativa, sino que se requiere explicar en qué sentido el conocimiento se hace presente en ese fenómeno y cómo su presencia trae consigo una dimensión comunitaria. En este punto resulta imprescindible complementar las ideas de Nicol y las de Sánchez Vázquez con las de Luis Villoro, que nos aporta elementos relevantes en este sentido.

Villoro, en Creer, saber, conocer (Villoro, 1989; Beltrán García, 2020), nos ayuda a comprender en qué consisten las comunidades de conocimiento, epistémicas o sapienciales. Este filósofo observa que el conocimiento tiene siempre dos componentes: el saber, que se justifica objetivamente, y el conocimiento personal, cuya justificación proviene de la experiencia subjetiva. Ambos componentes son racionales, es decir, se sustentan en razones lógicas o empíricas, las cuales, para adoptar una creencia, deben ser suficientes (Villoro, 1989, pp. 93- 96). Si predomina el saber sobre el conocimiento personal, el resultado es el conocimiento científico, y si predomina el conocimiento personal sobre el saber, lo que se tiene es el conocimiento sapiencial, de manera que ciencia y sabiduría corresponden a dos ideales de conocimiento, que, como ideales, no llegan nunca a realizarse a la perfección, pues no hay saber sin un componente de conocimiento personal, ni conocimiento personal sin un componente de saber (Villoro, 1989, pp. 222-234).

Pues bien, tanto la ciencia como la sabiduría, en tanto ideales de conocimiento, se desarrollan en el seno de una determinada comunidad. La comunidad que persigue como fin principal el saber es llamada por Villoro epistémica, y la comunidad que, en busca de fines distintos al conocimiento, recurre al conocimiento personal como recurso o medio, es designada por él mismo sapiencial. Así, mientras que la comunidad epistémica juzga el conocimiento por su verdad (concordancia con la realidad mediante razones suficientes) y educa principalmente transmitiendo saberes compartidos, la comunidad sapiencial valora el conocimiento por su autenticidad (concordancia con la experiencia personal) y educa sobre todo formando actitudes, hábitos y maneras de ver la existencia.

Pero no hay que perder de vista que ningún conocimiento carece o de saber o de conocimiento personal. Por ello, independientemente de que una vocación forme una comunidad epistémica o una comunidad sapiencial, su enseñanza y aprendizaje consistirá al mismo tiempo, aunque en proporciones diferentes, en una transmisión y recepción de saberes y en una formación de actitudes, hábitos y maneras de ver la existencia. Las ciencias formales y factuales, naturales y sociales, son en general modelos de vocaciones con comunidades epistémicas; las artes, las humanidades y las actividades deportivas encarnan el paradigma de las vocaciones con comunidades sapienciales; y, en ambos casos, el sujeto que las elige como camino de vida ha de educarse en la objetividad de unos saberes específicos y en las actitudes, los hábitos y las maneras de ver de una determinada sabiduría.

Como vemos, las ideas de Nicol, de Sánchez Vázquez y de Villoro se complementan de manera coherente para el esclarecimiento del fenómeno vocacional en su sentido ontológico. Nos ofrecen una visión de ese fenómeno que lo conecta con el ser del sujeto humano en tanto humano (Nicol), que realza su dimensión creativa (Sánchez Vázquez) y que hace visible su carácter cognoscitivo y sapiencial (Villoro). Esta convergencia de ideas en la explicación de un mismo fenómeno se da respetando el contexto original de esas ideas, por lo que cabe reconocer aquí un ejemplo de buen eclecticismo, en la acepción indicada anteriormente. Por encima de las discrepancias que separaron históricamente a estos filósofos en su manera de entender el ser y el hacer de la filosofía, sus ideas se llaman las unas a las otras cuando se trata de utilizarlas para comprender mejor un fenómeno tan importante con el de la vocación.

Palabras finales

A partir de los elementos que nos proporcionan Nicol, Sánchez Vázquez y Villoro, se cuenta ahora con una visión rica y compleja del fenómeno de la vocación en su sentido ontológico.

En primer lugar, Nicol nos enseña que este fenómeno ha sido ubicado en el marco de la existencia humana como ímpetu y como diálogo comunitario y tradicional. Únicamente el ser humano, como ser incompleto, busca completar su ser a través de la elección y el cultivo de un camino de vida. Y lo hace entablando un diálogo activo con el ejemplo de los otros en el presente (comunidad) y en el pasado (tradición).

En segundo lugar, de acuerdo con Sánchez Vázquez, una vocación, precisamente en su carácter de diálogo, implica escuchar el mensaje de los otros seres humanos, de la comunidad y de la tradición, pero también trae consigo la necesidad de responder de acuerdo con las propias circunstancias y a partir de la propia imaginación y creatividad. No se trata de seguir fielmente el ejemplo o modelo propuesto por los otros, sino de desarrollar ese ejemplo o modelo, reinventarlo, recrearlo.

En tercer lugar, siguiendo a Villoro, en tanto actividades específicamente humanas, las vocaciones tienen al conocimiento como su fin o como uno de sus recursos o medios, y por ello su comunidad, el espacio comunitario que porta cada una de esas vocaciones, se entiende como una comunidad de conocimiento, ya sea epistémica basada en el conocimiento objetivo o saber) o sapiencial (basada en el conocimiento personal). En este sentido, elegir un camino vocacional significa emprender un camino de aprendizaje tanto de saberes objetivos como de una determinada tradición de sabiduría, con sus actitudes, sus hábitos y sus maneras de ver la existencia.

Las ideas de Nicol, Sánchez Vázquez y Villoro se conjugan de esta manera para iluminar el fenómeno de la vocación en su sentido ontológico. Una vocación, conforme a esto, se presenta (1) como una dimensión de la existencia humana, como un diálogo con el pasado y con el presente (aporte de Nicol); (2) como reinvención y recreación constantes (aporte de Sánchez Vázquez), y (3) como una tarea de aprendizaje de saberes y de sabiduría (aporte de Villoro).

Por supuesto que el fenómeno vocacional presenta otros aspectos, distintos a los analizados aquí, y que reclaman una atención específica. Por ejemplo, Nicol, en el prólogo de El problema de la filosofía hispánica (1998), destaca la importancia que para la vocación tienen el ethos y la areté, rasgos ambos entendidos en un sentido ontológico, es decir, como referidos al ser de la vocación: hay una forma de entender y practicar la actividad vocacional que es fiel a lo que ella auténticamente es (ethos), y hay maneras de alcanzar la virtud o plenitud de ser en la realización de esa actividad (aristeia). Sin embargo, el estudio de aspectos como éste, debido a las exigencias que le son propias, debe ser reservado para otros lugares.

Nicol, Sánchez Vázquez y Villoro tienen otros escritos a los que el lector puede acudir para ampliar y profundizar su estudio del fenómeno vocacional.

Nicol (1972, pp. 76-90; 1978; 1980, pp. 114-158, 244-295; 1990, pp. 281-312; 1997, pp. 35-95, y 2004) describe al ser humano como el ser de la vocación, con carácter radicalmente histórico y dialógico. Sánchez Vázquez (2007) localiza sus ideas sobre la praxis y la praxis creadora en el marco de un humanismo que rechaza el dominio y la servidumbre, la explotación y la opresión; un humanismo imprescindible para entender el sentido y el valor del fenómeno vocacional. Y Villoro (1997, pp. 13-40) proporciona una teoría del valor que puede dar base firme a la idea de la vocación más allá de los estrechos límites de la noción ordinaria o hedonista. Sirvan, sin embargo, las breves notas del presente artículo como una invitación a explorar el rico y fecundo pensamiento de estos maestros.

Estas fuentes aportan al lector una riqueza de ideas, análisis y desarrollos sobre el tópico del fenómeno vocacional en su sentido ontológico. Pueden ser complementados con los textos ya referidos en los que Ortega y Gasset desenvuelve sus propias meditaciones acerca de ese mismo fenómeno en su otro sentido, el óntico.



Referencias

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