Vol. 18, núm. 46, 2022

Maricela González Jurado, Pueblos originarios y campesinos en la defensa de sus derechos humanos



Yinhue Marcelino Sandoval
orcid: 0000-0001-6333-2609/yinhue.marcelino@uaem.mx
Facultad de Psicología, Universidad Autónoma del Estado de Morelos (uaem)/Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (crim), Universidad Nacional Autónoma de México (unam)

resumen

Chiapas es uno de los estados donde ocurren las mayores violaciones de derechos humanos de los pueblos originarios de México. Durante la guerra sucia en los años setenta y ochenta, en el contexto de represión por parte del Estado contra los movimientos sociales, los presos políticos se atrevieron a defender sus derechos con huelgas de hambre, movilizaciones y denuncias que pusieron al descubierto las ilegalidades y abusos imperantes en los llamados centros de reinserción social. En este libro se retoma la memoria histórica de la lucha de los presos políticos de la cárcel de Cerro Hueco, así como las experiencias para mejorar el modelo de justicia carcelaria, pero sobre todo para acabar con la indefensión jurídica de las comunidades indígenas.

palabras clave

presos políticos, derechos humanos, guerra sucia, movimientos sociales, pueblos originarios



Pueblos originarios y campesinos en la defensa de sus derechos humanos. Presos políticos en la defensa de sus derechos humanos en la cárcel de Cerro Hueco en Chiapas (1981-1982)

♦ Maricela González Jurado
cndh (Núm. 1), Ciudad de México, 2021, 379 páginas
isbn: 978-607-729-574-7
Consulta: http://appweb.cndh.org.mx/biblioteca/archivos/pdfs/Libro_Pueblos_Originarios_Defensa_DDHH.pdf

Con este libro, la autora, Maricela González Jurado, describe importantes procesos en la defensa de los derechos humanos y da cuenta de las luchas y resistencias de los pueblos campesinos e indígenas. Es un libro de diecisiete capítulos, cuyas palabras van acompañadas de una gráfica militante y una fotografía que provoca intimar con la historia que narra.

González Jurado, con una pluma sencilla y llena de amor, camaradería, compañerismo y solidaridad, narra la resistencia de su compañero de vida, Arturo Albores Velasco, luchador social y preso político. A través de su vida y de su pensamiento y actuar revolucionario, conocemos el contexto político y económico de un momento histórico que, de alguna manera, sigue presente en nuestro país con diferentes matices y nuevas formas en este siglo xxi.

Este libro muestra una fotografía sobre lo que pasaba con los campesinos e indígenas en las décadas de 1970 y 1980 en el sureste mexicano, en un estado de Chiapas en resistencia y rebeldía. La autora da cuenta de esa resistencia en la antesala del modelo neoliberal, existiendo y re-existiendo al capital, en un ejercicio histórico-político cotidiano. Gracias a este ejercicio de memoria podemos trasladarnos en el tiempo a esa realidad.

Con esta historia, conocemos al padre amoroso, al compañero de vida, al militante, al político, al soñador, al preso político; una historia de vida atravesada por todo un problema estructural y político reflejado en la vida y en la muerte de Arturo Albores. Y entrevemos también diversos escenarios, desde la represión y miseria hasta la organización, la fraternidad y la solidaridad, y desde luego, el amor por lo político y por la vida. Un luchador social víctima de la represión y de la violencia de Estado, con un encierro injusto de dos años, que además le quitó la vida el 6 de marzo del 1989 y, con ella, el sueño de un mundo diferente.

Las luchas sociales sin la solidaridad son luchas silenciadas. La solidaridad de compañeros y compañeras, como la de Rosario Ibarra de Piedra, fundadora del Comité Eureka y quien murió el pasado abril de 2022 sin haber conocido la justicia y el paradero de su hijo Jesús Piedra Ibarra, desaparecido en 1974, y la del Frente Nacional contra la Represión, que fue fundamental en la exigencia de justicia para la liberación de Arturo Albores, además del apoyo de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).

Tenemos muchos ejemplos en México de luchas en defensa de los derechos humanos. Los pueblos originarios, que han sido blanco de injusticia y marginación, han hecho frente a la desigualdad y han contribuido a visibilizar los problemas sociales, culturales, económicos y políticos estructurales que ellos mismos viven día a día. La negación de la palabra y el proceso de opresión que han vivido por más de quinientos años constituyen un frente importante de defensa desde el silencio, pero también desde la acción. Pese a las represiones, la criminalización de la violencia y la pacificación de las luchas sociales, en 1994 sale a la luz el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln), que por cierto está a punto de cumplir 29 años desde su aparición, con demandas puntuales ante el tipo de problemáticas que Arturo Albores ya había puesto sobre la mesa años antes, en conjunto con la organización campesina Emiliano Zapata.

Cerro Hueco, una cárcel ahora convertida en museo, fue un lugar de encuentro de diferentes problemáticas. Arturo Albores, preso político, dio cuenta desde esa cárcel de que ser indígena y estar en un centro penitenciario implica mayor violencia, ya que el idioma representa un problema para el acceso a la justicia. ¿Cómo entender las demandas del otro que habla diferente y a quien además nos empeñamos en no escuchar ni mirar su realidad? El problema de ser indígena en México es ya el problema de nacer y decidir serlo. Luchar por la vida, luchar por la justicia, luchar por el territorio, luchar por una vivienda, son parte de los derechos humanos que nos son propios; pero pareciera que los pueblos originarios no son merecedores de ello. Maricela González deja ver en su narrativa las diferentes violaciones de derechos humanos de que han sido víctimas, pero también la lucha ganada para su respeto.

En las cuatro décadas de existencia de Cerro Hueco se articula una historia de hacinamiento, de irregularidades en los procesos de justicia, de tortura, de corrupción, de violencias, de incomunicación, de detenciones arbitrarias, de desaparición extrajudicial… ¿Cómo es que un penal tiene condiciones de vida indignas? Pero, sobre todo, ¿qué penal tiene condiciones de vida dignas y procura el bienestar de sus internos? ¿Qué penal respeta los derechos humanos? Preguntas necesarias sobre la procuración de los derechos humanos en las cárceles del país que dan pauta para la acción desde las instituciones responsables de la rehabilitación social, en las cuales falta mencionar que se carece de una perspectiva de género.

El encuentro epistolar permitió conocer las condiciones de vida y lo que estaba pasando no sólo en el penal, sino también en las comunidades indígenas y campesinas. Con las mismas problemáticas en geografías cercanas —violencia, paramilitarismo, caciquismo, explotación laboral—, lo sorprendente es que a finales del siglo xx existieran estos problemas y lo terrible es que aún haya vestigios. Cerro Hueco se convirtió en una caja de resonancia de lo que estaba pasando en el país, pero también de lo que pasaba en América Latina. El penal se convirtió en un centro de análisis, una cárcel que refleja la propia dinámica de una sociedad.

La vida de Arturo Albores atraviesa todas las esferas: lo social, lo político, lo familiar y lo personal, pero también permite ver la otra parte: la vida de Maricela González como compañera de vida y de lucha, y como responsable de una crianza politizada, en la que ella asume la defensa de su compañero pero también la vida de sus hijos. La problemática de un preso político recae en la vida de las mujeres, a quienes se les intensifica la propia vida, el cuidado de los hijos, la economía. La paternidad amorosa y la maternidad rebelde se vuelven un asunto político: “lo formaremos [a su hijo] de acuerdo con nuestras inquietudes” (p. 176), dijo Arturo. Una paternidad que acompaña desde la cárcel y que le resultó breve por su asesinato. Lo político está atravesado por el amor.

Desde entonces, México tiene un contexto posibilitador de violencias que la autora comparte en su narrativa: persecución de líderes políticos, represión y explotación en las comunidades. Ese pasado no dista mucho de lo que actualmente vivimos como sociedad. No obstante, coexiste un contexto de resistencias, campesinos e indígenas luchando por su territorio, madres buscando a sus hijos desaparecidos, mujeres exigiendo justicia por los feminicidios, y otras luchas en defensa de los derechos humanos. La lucha por la democracia que caminó Arturo Albores nos invita a la incidencia desde nuestros espacios; la invitación que hace a los universitarios a mirar la realidad para transformarla y, desde luego, a asumirnos como académicos desde nuestros saberes.