Vol. 18, núm. 45, 2022

Joan Vendrell Ferré, El poder masculino en sus estructuras: un análisis desde la antropología de género



Gema Citlali Aguilar Figueroa
gema.aguilar@uaem.edu.mx
Maestría en Ciencias Sociales, Facultad de Estudios Superiores de Cuautla (fesc), Universidad Autónoma del Estado de Morelos (uaem)

resumen

El libro El poder masculino en sus estructuras: un análisis desde la antropología de género, de Joan Vendrell Ferré, se suma a la amplia episteme sobre las relaciones entre los sexos desde la postura del constructivismo estructural. La tesis de que el poder es el mecanismo central en la organización de los sexos se sustenta en una aproximación enfocada en las estructuras, que al mismo tiempo esclarece el papel activo de los actores para incidir en su realidad.

palabras clave

roles sexuales, identidad de género, antropología feminista, masculinidad, poder



El poder masculino en sus estructuras: un análisis desde la antropología de género

♦ Joan Vendrell Ferré
cicser-uaem (Caminos, Saberes, Identidades 10), Cuernavaca, 2020, 242 páginas
isbn: 978-607-8639-66-3
Consulta: http://riaa.uaem.mx/handle/20.500.12055/1283

Introducción

El libro El poder masculino en sus estructuras: un análisis desde la antropología de género de Joan Vendrell Ferré, se suma a la amplia episteme sobre las relaciones entre los sexos desde la postura del constructivismo estructural. La tesis de que el poder es el mecanismo central en la organización de los sexos se sustenta en una aproximación enfocada en las estructuras, que al mismo tiempo esclarece el papel activo de los actores para incidir en su realidad.

El libro se organiza en tres puntos de interés: historia de la constitución de la antropología de género contemporánea, las estructuras del poder masculino y la experimentación contemporánea al interior del sistema de género. Éstos dos últimos son la parte central del libro. Por ello aborda a profundidad los siguientes tópicos: la cuestión paterna (real y mítica), sus disidentes y sus transformaciones. Bajo los términos “patriarcas y disidentes”, engloba el análisis de una serie de manifestaciones diversas de la cuestión paterna, que resultan cruciales para dotar de profundidad al tema.

A lo largo de la obra, el autor emplea una perspectiva antropohistórica nutrida de herramientas psicoanalíticas, de modo que conjuga la aplicación de herramientas teóricas actuales con la fundamentación histórica de un vasto conjunto de datos de figuras tanto clásicas como contemporáneas que ilustran el tema.

A modo de otra vuelta de tuerca, en la parte central del libro el autor aplica la perspectiva de género al campo masculino, pese a que es una metodología tradicionalmente concebida para el mundo de las mujeres, así como para identificar, cuestionar y ponderar los procesos y mecanismos de su discriminación, desigualdad y exclusión histórica. Con base en ello se pretende avanzar hacia la construcción de la igualdad de género, si bien en la concepción del autor esa igualdad se desvela como un imposible.

La aportación se inscribe dentro del campo de estudio de la antropología, específicamente en la subdisciplina de la antropología de género, desde donde el autor se muestra crítico y asume la tarea de reflexionar sobre las bases contextuales de la antropología clásica, puesto que ésta habría sido constituida por hombres occidentales que estudiaban a los otros, los no occidentales, los primitivos, y que produjeron conocimiento con los sesgos propios de su época, circunstancia que sólo la llegada de las primeras antropólogas habría puesto en repliegue porque ellas dieron voz a las mujeres y con ello complejizaron el discurso científico.

Para el abordaje del contenido, Vendrell puntualiza que, para la comprensión y análisis que emprende en esta obra, el género o sistema de género será entendido como un “orden de dominio masculino”, ya que ello ha de facilitar la aproximación a las estructuras de poder que lo configuran, al enunciar cuál de los sexos está en el polo dominante, idea que tuvo como punto de partida el supuesto de que las sociedades humanas, tal como las conocemos hoy en día, son producto de la conversión de la violencia en estructuras del poder masculino. Por lo tanto, la noción de poder que el autor sustenta une violencia y poder como dos caras de un mismo fenómeno.

Este postulado se entenderá a profundidad si el lector conoce ya el libro La violencia del género: una aproximación desde la antropología (Vendrell, 2013). Ahí el autor propuso la tesis de que el género es una forma de violencia fundacional de las sociedades humanas, que se habría implantado como un sistema de reglas que funciona a partir de un ideal y, por lo tanto, implica que sus manifestaciones son una constante desviación. En el libro que aquí reseñamos, esta concepción es desarrollada desde el ángulo de las estructuras masculinas, a partir de un modelo de círculos concéntricos que permite explicar la configuración de los diferentes elementos que constituyen la estructura del sistema de orden masculino.

Desde la perspectiva del autor, la noción misma de lo humano y todos sus productos habrían sido gestados desde el orden de dominio masculino, línea de ideas donde se enfatiza que este sistema encontró su estrategia de permanencia más efectiva en la naturalización, ya que, mediante ella, se habría mantenido a través del tiempo sin ser cuestionado. El autor deja en claro que se requiere de un esfuerzo intelectual para el desvelo del género como algo construido y no natural. Su naturalización aparece como un sesgo cognitivo presente en todos los ámbitos, y aun la ciencia puede perfilar sus descubrimientos al pleno servicio del dominio masculino sin ser consciente de ello. A raíz de lo anterior, Vendrell apunta que la tarea de la antropología de género ha de asumir la empresa de desnaturalizar el orden de género vigente.

Precursoras de la antropología de género

El libro consta de dos partes. En la primera, de tono preponderantemente pedagógico, se resume la evolución de los temas que han ido ocupando a la antropología de género, a través de lo cual el autor consigue evidenciar una estrecha relación entre el contexto social-cultural y el camino hacia la consolidación de esta disciplina. Se explica ampliamente, por ejemplo, el papel que el movimiento feminista de la segunda ola tuvo tanto a nivel discursivo como en la subjetividad de las primeras antropólogas, puntualizaciones importantes para comprender, desde nuevos ángulos, cómo la entrada de las antropólogas profesionales al mundo de la academia fue el origen histórico de esta rama de la antropología, ya que, con ellas, habría surgido la perspectiva de las mujeres, que con el paso del tiempo se llamó “de género”.

Una de estas precursoras es la norteamericana Margared Mead (1901-1978), discípula de Franz Boas, quien con obras como Adolescencia y cultura en Samoa (1928), Sexo y temperamento (1935) y Male and Female (1949) logró reconocimiento en el estudio antropológico del sexo, al mostrar no sólo aspectos biológicos sino también características psicológicas en los roles e identidades culturales. Estos trabajos fueron desarrollados en un contexto de colonización donde la antropóloga habría hecho valiosas observaciones durante su trabajo de campo en pueblos “primitivos”.

En este apartado el autor incluye una reflexión metodológica que describe y analiza los dos grandes métodos que esta estudiosa habría empleado: el etnográfico y el comparativo. De este último habrían surgido sus observaciones en torno a las variaciones en los temperamentos de hombres y mujeres, ya que le permitió comprender que la pertenencia a diferentes culturas era la clave. Trabajo de campo y método comparativo abrieron puntos importantes para comprender las diversas formas de concebir, estructurar y vivir el “ser hombre” o “ser mujer” en culturas no occidentales. Mead habría encontrado culturas con similitudes a la estadounidense, pero también otras donde los papeles de género se invertían o incluso algunas donde se observaba homogeneidad en los comportamientos entre los sexos, tras lo cual se interesó por la función de la educación para entender las variaciones en las diferentes formas de ser hombre o mujer.

Otra de las antropólogas precursoras es la francesa Fraçoise Héritier (1933-2017), discípula de Claude Lévi-Strauss, quien abordó la cuestión de la valoración asimétrica de las actividades que realizan los sexos. Esta autora atribuyó el mayor reconocimiento de las actividades hechas por hombres a una “valencia diferencial de los sexos” y la explicó a partir de una aproximación estructuralista. Vendrell retoma el trabajo de Héritier y lo emplea como insumo para proponer una relectura de la valoración desigual entre los sexos, para lo cual retoma uno de los pasajes más famosos de la filosofía hegeliana: la dialéctica del amo y el esclavo. La descripción de la lucha entre dos conciencias que buscan el reconocimiento mutuo, al estar insertas en un proceso de dominación, se materializa en las categorías de hombre y mujer.

Además de ello, el autor conecta y contrasta la tesis de la antropóloga francesa con el fenómeno transexual y los debates en torno a la categoría mujer, para lo cual se aboca a las bases que sostienen el postulado de Héritier, que resultan ser cuestiones fisiológicas. Esto difiere de algunas posturas actuales que proponen concebir esta categoría desde aspectos subjetivos. El autor analiza el fenómeno trans incluyendo a personas que cromosómicamente son xy (machos de la especie) y xx (hembras de la especie), pero que psíquicamente se identifican con la parte contraria a la de su nacimiento y que, a partir de ello, se hacen parte de la lucha social-política para reivindicar su derecho a ser mujeres u hombres, respectivamente. El autor muestra cómo posturas de este talante contrastan con la concepción de feminidad que habría trazado Héritier, quien apuntó que la capacidad de gestación de las hembras de la especie sería la característica determinante para ubicarlas en el campo femenino.

Sobre esta última cuestión el autor se decanta por evidenciar el papel que tienen los fenómenos disidentes en la estructura de género: subvertir los fundamentos de lo masculino y lo femenino, reconociendo que el panorama es muy complejo porque, en la pugna trans por ocupar las categorías ya establecidas —hombre y mujer—, las personas disidentes se superponen a la lucha feminista por los derechos de las mujeres, para la cual la categoría mujer refiere a la hembra de la especie que ha sido domesticada por el sistema de dominación masculina, que históricamente la ha tenido a su servicio sin reconocerle derechos en tanto persona.

Desde una postura estructuralista, el autor propone que, para entender la relación poder-violencia operante en las posiciones femenina y masculina, ha de entenderse que una vez que ambas posiciones han sido constituidas, en términos de la dialéctica del amo y el esclavo, tienden a hacerse independientes de los cuerpos implicados, aun cuando la fisiología pudiese haber participado en el origen.

En conjunto, las aportaciones de Mead y Héritier resultan originales porque el autor rescata elementos biográficos que permiten reflexionar sobre cómo el investigador está siempre situado y sesgado en sus modos de enunciación y producción de conocimiento.

Crisis de la masculinidad

En esta primera parte encontramos también un apartado donde se reflexiona sobre las repercusiones de la llamada crisis de la masculinidad en los estudios académicos del campo de la antropología de la mujer y, posteriormente, en la antropología de género.

La propuesta del autor para entender mejor la configuración actual de las relaciones entre los sexos es que se tendría que vincular la recesión del patriarcado, la evolución del feminismo, los cambios en la condición de la mujer, la recomposición de la estructura familiar y la revisión de la masculinidad como parte del mismo proceso, a la par que se les tendría que enmarcar en las necesidades del capitalismo contemporáneo. Al partir desde esta óptica, los cambios en la composición de la masculinidad aparecen como derivados de un complejo cúmulo de acontecimientos históricos que han sido guiados por el juego entre los diferentes poderes que organizan el mundo social.

Respecto a la noción de lo masculino, el autor intenta mostrar cómo es que ésta atravesó, desde el siglo xix, una serie de desplazamientos que derivaron en la crisis de la que hoy se habla, que a su vez habrían dado paso a transformaciones no sólo en la masculinidad sino también en la familia. La constante identificada por el autor sería la proliferación de modelos múltiples y un repliegue de los modelos únicos, que se aplica tanto a la masculinidad como a la familia. La academia habría recogido estos escenarios con cierto retraso y con desatinos que le han hecho parcializar visiones, crítica mediante la cual el autor cuestiona la tendencia a la división del logos por géneros que ha caracterizado la organización del campo de estudios de la antropología.

Vendrell dedica un apartado a reflexionar sobre las posibles implicaciones y limitaciones que la pertenencia a determinado género podría tener sobre el desempeño de la labor del investigador, tarea para la cual retoma el texto “El efecto Rashomon de etnología”, publicado en 1985 por el antropólogo Alberto Cardín, quien señalaba que las etnografías realizadas por hombres presentaban lagunas en lo que respecta a las experiencias de las mujeres. La recepción de este trabajo habría orillado a revisiones o ampliaciones etnográficas de las investigaciones hechas por hombres, dado que el ideal del trabajo etnográfico sería no tanto una elaboración de la visión desde fuera, sino un acercamiento a la forma en que la cultura es vista por sus miembros. Esto conduce al problema de la obtención del dato y la parcialidad constituyente del informante.

El apartado se cierra con una aclaración conceptual de las nociones de cuerpo, género y sexo, para lo cual se intenta rastrear el origen y los acontecimientos históricos que han ido influyendo en su concepción: el género aparece como una estructura de origen incierto, el sexo biológico como una construcción del siglo xix y, respecto al cuerpo, el autor lo relaciona con la identidad de género. A partir del diálogo con Butler y Braidotti concluye que, dada la actual complejidad en estas categorías, la mejor vía se encuentra en la interdisciplina, capaz de sustentar integralmente sus diversos aspectos, como los biológicos, el abordaje de la mente o el de las emociones desde el psicoanálisis, por citar algunos.

En las notas finales se refuerza el planteamiento sobre el papel que tuvo el feminismo en la conformación de una antropología de la mujer y se aportan elementos históricos para dimensionar desde esa perspectiva el fenómeno de las disidencias sexuales.

El poder y sus estructuras

En la segunda parte, el autor presenta el análisis del poder y sus estructuras, para lo cual se sitúa en el planteamiento de que tal poder es el del domino masculino. Esto lo argumenta mediante dos tipos de figuras: dominantes y disidentes, con las que ofrece una lectura de lo masculino desde la perspectiva de género. Sus cuestionamientos de partida son: “¿es un hombre lo mismo que un padre?, ¿es la paternidad el destino, cumplido o no, de todo hombre?, ¿puede existir una hombría desvinculada de la paternidad?, ¿o una paternidad desvinculada de la hombría?” (Vendrell, 2020, p. 132).

No es de poca importancia que Vendrell inicie la parte medular de su trabajo con estas preguntas, ya que actualmente no todo aquel nacido con el cromosoma y se inscribe o alcanza la categoría de hombre, puesto que la pertenencia a esta categoría es posicional y requiere validación social de las aptitudes y actitudes, es decir, los hombres tienen que demostrar constantemente su valía. En los años juveniles, ésta correspondería el ceñimiento a un modelo parecido al heroico, en actividades como la caza, los deportes, la guerra o alguna otra actividad violenta dictada por la cultura a la que se pertenezca; en la vida adulta implicará convertirse en padre.

Entre las formas de disidencia por renuncia encontraremos encarnaciones en actividades vinculadas con actividades religiosas: chamanes, monjes y sacerdotes, que cuentan entre sus logros el ser la cuna del cultivo de las letras y el saber. En la cara monstruosa de las disidencias se sitúan las figuras del bandido, el Don Juan y el seductor.

En esta aproximación a la estructura masculina se ofrece una comprensión modélica de círculos concéntricos que se organizan bajo el dictado de factores de edad y estratificación social, siendo el primer círculo o eje central de poder el de los hombres cabales y padres, cabezas de familia con posesión de patrimonio y descendientes a quienes legarlos. En una categoría inferior aparecen campesinos y obreros, por tener menor capital patrimonial. Les seguirá el círculo de los bandidos, forajidos, malhechores, mercenarios, proscritos, secuestradores y todo aquel que infrinja la ley de alguna manera. Le suceden esclavos, jornaleros y pobres en general, por ser los que tienen poco o nulo poder.

Finalmente, se sitúa a las mujeres en el círculo más externo y alejado del eje de poder, ya que se apunta a lo femenino como el espacio protector del núcleo. En este último círculo también pesarán los factores de edad y estratificación social. La hembra núbil, la mujer en edad reproductiva y la mujer menopáusica constituyen este último círculo, dado que las diferentes etapas han de reportar diversas implicaciones en la vida. Entre las figuras de las mujeres ubicadas en la marginalidad concéntrica se coloca a las mujeres públicas, concepto que el autor emplea para referir de forma amplia a todas las mujeres que no se encuentran bajo la protección patriarcal. Por caso puede citarse a las mujeres de mala vida, a la puta y a la prostituta. Dicho de otro modo, se enuncia bajo este concepto a todas aquellas mujeres que, por no estar asociadas a la pertenencia y protección de un hombre, son leídas como disponibles para comprar, rentar, violar o estuprar con impunidad.

El modelo de círculos concéntricos contrasta con trabajos de otros investigadores que sólo complejizan la relación entre los sexos a partir del señalamiento y reconocimiento de dos polos: el masculino y el femenino, mientras que Vendrell esboza un funcionamiento de la estructura del sistema de género con varios niveles jerárquicos tanto para la parte masculina como para la femenina. Asimismo, el modelo resulta enriquecedor para nuevas aproximaciones al tema porque remite a la existencia de constantes tensiones al interior de los campos masculino y femenino, que evidencian que el sistema de género mismo es una forma de violencia, a la que el autor llama violencia del género.

Esta concepción tendría importantes implicaciones para pensar la cuestión de la violencia de género, dado que se brindan elementos para concebir que los actos violentos que se registran en las distintas realidades sociales no pueden ser producto de personas anormales o estados patológicos, sino que serían resultado del funcionamiento del sistema y sus respectivos ajustes para extender su vigencia.

Refrendando la importancia de la figura del padre para organizar el poder masculino se reconoce la aportación del padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, cuyo trabajo es ponderado como imprescindible para quien se sumerge en el campo de los estudios de género. Posteriormente, tras explicar que el padre primordial es una figura divina, el autor brinda elementos para que el lector pueda deducir las carencias del campo femenino que han de ser reconocidas si se busca avanzar hacia la consecución de horizontes plenos de poder.

En lo tocante a la exposición de las estructuras elementales del poder masculino, Vendrell apunta a la noción de lo humano empleada en el discurso científico para referir a un campo semántico pretendidamente universal, pero que giraba en torno al hombre y todo lo que él ha constituido y que, por ende, deja fuera la categoría mujer. No resulta baladí que el autor se cuestione si podría coexistir otra visión de lo humano, quizá desde el polo subordinado, pero se muestra pesimista debido a que, desde una visión estructural, las mujeres son sólo elementos dentro del mundo masculino, pues la categoría mujer habría sido construida desde y para el funcionamiento de la dominación masculina. En este horizonte, los logros y correlatos conseguidos por el feminismo aparecen como meras concesiones del poder masculino y, por ende, carentes del poder para socavar sus estructuras.

En lo tocante a los mecanismos de que se vale el poder masculino, Vendrell señala como preponderante en la implantación de la dominación masculina a la paternidad, bajo el argumento de que los hombres que son reconocidos como padres funcionan como ejes de la estructuración de ese poder. Este mecanismo es expresado desde dos formas trascendentales: el patrimonio y la conyugalidad. Vendrell apunta, siguiendo a Levi-Strauss, que la segunda provee a los hombres de mujeres que pueden ser, como los bienes, objeto de intercambio en el mundo de valor masculino. Es decir, las mujeres, como el patrimonio, son parte del capital del domino masculino.

Pérdida de la centralidad del poder masculino

Respecto al horizonte más allá del padre o el escenario de pérdida de la centralidad del poder masculino para organizar la vida social, se mencionan dos hechos históricos trascendentales que serían indicativos de un posible cambio al interior de esta cuestión: la pérdida del patriarcado tradicional, ocurrida al instaurarse el capitalismo, y el surgimiento de una nueva concepción de la familia.

En la concepción del autor, el sistema capitalista habría sido un elemento de gran peso para la recesión del patriarcado tradicional, pues requería libertad en los individuos para que pudiese circular la mano de obra sin distinción de sexos y, con ello, sufragar las distintas necesidades de la industria. Este cambio fue posible gracias a los intereses de la burguesía industrial, que con soporte del Estado-nación habría propiciado un nuevo modo de interrelacionar a los individuos, por lo que, sin la alianza de ambas partes, no se habría liberado la fuerza de trabajo al mercado laboral emergente.

Este proceso habría implicado un desplazamiento del poder que organizaba el mundo social, que a su vez habría propiciado el abandono del patriarcado tradicional, que tenía sus pilares en la monarquía y la iglesia. Como producto de ello surgió una sociedad donde el Estado se reservó el derecho a la violencia, y el padre pasó a ser como cualquier otro individuo bajo el pacto con el Estado; dejó de ser el protector central y dictante de la vida de su familia.

Tal merma del poder masculino es señalada como la causa del surgimiento de una crisis al interior de la masculinidad, que habría dado paso a un ejercicio exacerbado de la masculinidad al que se le conoce como machismo, que el autor entiende como un fenómeno presente o latente en todo el mundo, pero que tendría diferentes matices y velocidades según la ubicación geográfica.

Otra de las consecuencias del nuevo modelo económico y consecuente rebalanceo del poder habría sido una pérdida de claridad en los papeles y espacios asignados a las mujeres, que antaño dominaban el espacio privado, la crianza y el cuidado de la descendencia, pero que el capitalismo, al incorporarlas como nueva fuerza de trabajo, desdibujó en cierta medida, aunque no del todo, por lo que suelen desempeñar trabajos tanto asalariados como tradicionales no remunerados. Este último tipo sigue siendo importante e ineludible porque gracias a él se mantiene y renueva la mano de obra que nutre el sistema capitalista. Por ello, las mujeres aculturadas para estar al servicio y cuidado de su familia aparecen como piezas clave del sistema, además de que esto iría encadenado al surgimiento de la familia nuclear y a la pérdida progresiva de la familia extensa, en la que convivían miembros intergeneracionales.

En suma, este apartado ofrece elementos clave para ir comprendiendo que la compleja relación entre los géneros está en lo que parece ser un punto de quiebre histórico, dado que el poder del sistema de género —la dominación masculina— está siendo eclipsado por el poder del gran mercado, que va ganando la batuta para convertirse en el centro estructurador de la vida social. Las herramientas principales que estarían haciendo esto posible serían las tecnologías de la información y comunicación (tic). Los variados avances en informática, microelectrónica y telecomunicaciones estarían transformando varios elementos de la realidad social, como ocurre con los algoritmos informáticos, que atraviesan, vigilan, controlan y, de paso, vacían las identidades y las sitúan como meros datos útiles para el funcionamiento del sistema económico marcado por las grandes corporaciones.

Hemos sido creados por el género

En las conclusiones, el autor refuerza la idea de que el sistema de género debe ser entendido, ante todo, como una estructura de poder, en la que toda evidencia histórica y etnográfica disponible a lo ancho del planeta muestra una constante de dominación masculina. En sus palabras, esto ocurriría porque dicho constructo sociocultural presenta en otras sociedades humanas sólo variaciones de su funcionamiento asimétrico, ante lo cual insinúa que no se debería descartar la posibilidad de que el género se encuentre de alguna manera en los genes.

Pero la postura clara del autor sobre cómo entender la persistencia y extensión del sistema de género en el mundo parte de la hipótesis de que la dominación masculina y la subordinación femenina resultan indisolubles y constantes porque el género es justamente el proceso que habría constituido a la humanidad. Por tal motivo es que se encuentra en todas partes, tanto en lo bueno como en lo malo de la experiencia de nuestra vida. El ejercicio propuesto es aplicar una inversión a la idea habitual sobre el origen del género, que dice que la humanidad lo habría creado en algún momento incierto pero existente en la cronología humana, y concebir que en realidad “hemos sido creados por el género” (p. 210).

Vendrell atribuye el poder del que goza el sistema de género a la apropiación de la violencia, ya que ésta le haría posible persistir y resistir el paso del tiempo y sus consecuentes cambios. Una vez que han sido constituidas sus estructuras, el sistema cuenta con mecanismos de control y penalización efectivos. A causa de ello, las mujeres que buscasen conquistar poder tendrían que pagar un precio considerable y, cuando lo consiguen, se desplazan al polo masculino, ya que el poder masculino tendría la capacidad de apropiarse de lo femenino.

En suma, las principales aportaciones de este libro son:

  • Sintetiza de forma novedosa la evolución del estudio del género en la antropología.
  • Enfatiza el papel de las mujeres en la construcción de una antropología de la mujer.
  • Rescata los aportes de dos antropólogas pioneras e icónicas en los estudios de las relaciones entre los sexos: Margared Mead y Françoise Héritier.
  • Explica las diferencias históricas que han atravesado las concepciones del cuerpo, el sexo y el género.
  • Pone el acento en el poder como el elemento que define las relaciones entre los sexos.
  • Complejiza y enriquece el abordaje y la comprensión de los polos masculino y femenino con su propuesta de un modelo de círculos concéntricos, que evidencia que el funcionamiento estructural implica la existencia de varios niveles graduales tanto al interior de lo masculino como de lo femenino.
  • Muestra que el sistema de género es violento en sí mismo.


Referencias

Vendrell Ferré, J. (2013). La violencia del género: una aproximación desde la antropología. uaem/Juan Pablos Editor. http://riaa.uaem.mx/handle/20.500.12055/99

Vendrell Ferré, J. (2020). El poder masculino en sus estructuras: un análisis desde la antropología de género. cicser-uaem (Caminos, Saberes, Identidades 10). http://riaa.uaem.mx/handle/20.500.12055/1283