Año 17, núm. 42, julio 2021
doi: http://doi.org/10.30973/inventio/2021.17.42/7

La Fiesta del Mar de Las Cabras

The Festival of the Sea of Las Cabras

Luis Alfonso Grave Tirado
orcid: 0000-0002-1273-3020/alfonsograve@gmail.com
Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah), Delegación Sinaloa/Museo Arqueológico de Mazatlán



resumen

Todos los años, en la tercera semana de mayo, se celebra en Escuinapa, Sinaloa, la Fiesta del Mar de Las Cabras, y aunque ningún escuinapense la consideraría una fiesta religiosa, es difícil distinguir en ella, según lo dicho por Jünger, entre acercamiento humano y cultual, entre fiesta profana y ceremonia sagrada. A partir de los datos arqueológicos, las fuentes etnohistóricas y la analogía etnográfica se establece tanto la antigüedad como el origen religioso de esta fiesta. Si bien en la actualidad es enteramente civil, su estructura y, sobre todo, el profundo significado que tiene para la mayoría de los escuinapenses, le confieren todavía un carácter sagrado en el que se alcanza a distinguir el antiguo culto a Narama, el dios de la sal, el chile y el mezcal.

abstract

Every year, in the third week of May, the Festival of the Sea of Las Cabras is celebrated in Escuinapa, Sinaloa, and although no one from Escuinapa would consider it a religious festival, it is difficult to distinguish in it, according to what Jünger said, between human and cult approach, between secular festival and sacred ceremony. From the archaeological data, the ethnohistorical sources and the ethnographic analogy, both the age and the religious origin of this festival are established. Although it is currently entirely civil, its structure and, above all, the deep meaning it has for the majority of the people from Escuinapa, still give it a sacred character in which it is possible to perceive the ancient cult of Narama, the god of salt, chili and mezcal.

palabras clave

Fiesta del Mar de Las Cabras, Escuinapa, arqueología, etnohistoria, Narama

key words

Festival of the Sea of Las Cabras, Escuinapa, archaeology, ethnohistory, Narama



Introducción

Todos los años, en la tercera semana de mayo, en Escuinapa, Sinaloa, se celebra la Fiesta del Mar de Las Cabras. Y aunque ningún escuinapense en su sano juicio la consideraría una fiesta religiosa, la verdad es que es difícil distinguir en ella puro acercamiento humano y cultual, o mero esparcimiento social, pues hay “algo diferente que sobreviene para profundizar y exaltar [en fin] entre fiesta profana y ceremonia sagrada” (Jünger, 2000, p. 119).

Es verdad que todas las fiestas dignas de llamarse así conllevan un acercamiento al misterio (Jünger, 2000, p. 63), ya que en ellas dejamos de vivir en el tiempo presente y nos adentramos en el tiempo de lo sagrado; pasamos del “aquí y el ahora” al “allá y el entonces”; pasado y futuro se entrecruzan y se concentran en la prodigiosa tensión del instante festivo. Y en la Fiesta del Mar de Las Cabras todavía se percibe “una traza del antiguo mundo, con su inquietante poder de contagio” (Jünger, 2000, p. 18); “un eco, un reflejo de épocas remotas, cuando los dioses entraban en nuestra vida y se sentaban a nuestra mesa” (Jünger, 2000, p. 81), pues al rastrear hemos encontrado en ella reminiscencias del culto a Narama, el antiguo dios de la sal, el chile y el mezcal.

Así, aunque los escuinapenses ignoren su origen religioso, sí saben con extremada lucidez que una parte de su identidad está fundada en la religión, de ahí el deseo de participar año con año en la celebración. Este deseo se ha manifestado con mayor claridad tras su suspensión estos dos últimos años por la contingencia relacionada con la pandemia de covid-19, pues sí vislumbran en la fiesta la presencia de un numen. “Respecto de los dioses, de todos los dioses, la cuestión no está en creer sino en reconocer. Hay lugares, momentos, seres, cruces de elementos, que hacen decir, como a Ovidio: ‘Numen inest’, ‘Aquí hay un numen [dios]’” (Calasso, 2020, p. 361); esa potencia que hace a ciertos lugares y acontecimientos “más propicios para volver a los humanos mejores o peores” (Platón, citado en Calasso, 2020, p. 231).

Narama, el dios de la sal, el chile y el mezcal

Arias y Saavedra (1990) señala que el dios principal de estas tierras era Piltzintli, también nombrado Nayaryt, al cual honraban con fiestas, borracheras y sacrificios humanos, pero refiere también el nombre de otras tres deidades:

a la una llaman Uxuu que quiere decir “mujer criatura”, a la otra llaman Narama que quiere decir “salitroso”, las cuales fingen en las aguas del mar hacia el poniente, a otra llaman Nycanori o Nenauxi a quienes en distintas ocasiones ofrecen frutos según los tiempos (p. 299).

Estos tres númenes fueron creados por el dios Piltzintli. Primero creó a Nenauxi, “dándole autoridad de criar las aves y los peces” (Arias y Saavedra, 1990), y luego:

crió también un varón y una mujer. El varón se llamó Narama y la mujer Uxxu, a los cuales puso en un lugar de muchos frutos y minerales y que luego les echó de allí y empezó el Narama a sudar el cual sudor se convirtió en sal, dándole patrocinio de crear la sal, mezcal y chile y [a] la Uxxu el patrocinio de todas las semillas y frutos de verano, disponiendo la tierra con el rocío (Arias y Saavedra, 1990, p. 299).

Unos días después, abunda Arias y Saavedra, el dios Piltzintli invitó a estas criaturas a un espléndido banquete al que:

cada uno de ellos trajo los frutos que le competían. Subió el Narama salitroso y desnudo y sentado a la mesa cogió de su rostro la sal y la echó en las viandas y de las partes impúdicas, algunos pimientos que esparció en la comida. Agraviadas las otras deidades de esta inhonesta acción, le reprendieron enojados a lo cual dijo que si el Nenatzi criaba las carnes y las cosas […], el Nicanori las aves y los peces, porqué él participando [de] la misma deidad no tendría alguna cosa necesaria a los manjares y que ninguno lo era tanto como la sal y el chile y que así comiesen y verían la razón que le había movido. Comieron y reconocieron que tenía justicia (1990, p. 299).

Narama era, pues, la deidad de dos de los ingredientes (la sal y el chile) que, además de dar sustento a la comida, permiten gozar de ella. Pero era también el dios del mezcal, es decir, del maguey; una de esas plantas que a lo largo de la historia han dispensado algo más que alimento y también algo más que goce, por lo que ha sido objeto de veneración más anónima que la de los animales, pues “más que representación de los dioses, son su presupuesto” (Jünger, 2000, p. 172). Mediante bebidas elaboradas con maguey se alcanzaba ese estado que permite acercarse más a la deidad o, más bien, que permite que la deidad tome posesión del ser humano y se manifieste a través de la embriaguez (Olivier, 2000).

Después de comer, cada deidad era enviada a los puntos señalados para ejercer sus funciones:

Fuese el Pylzintli por la parte del oriente al sol, el Nycanori a las aguas de mar por la parte del poniente por donde se entra el sol en el primer grado del signo de Aries que es a los veinte y uno de Marzo; al Narama por donde se entra el sol en el primer grado del signo de Cáncer que es a los veinte y uno de junio y a la Uxxu le señaló por asiento la entrada del sol con el primer grado del signo de capricornio que es a los veinte y uno de diciembre (Arias y Saavedra, 1990, pp. 299-300).

Cada uno de estos rumbos se identificaba con un lugar señalado del paisaje; el “Narama [era] un cerro que llaman ‘cabeza de caballo’ y por otro nombre Ychamet que quiere decir ‘la casa del Maguey y el Mezcal’” (Arias y Saavedra, 1990, p. 300); también le llamaban “Ichamictla que quiere decir ‘casa del infierno’ y en su idioma natural Cauylan [que se] entiende ‘fuego o purgatorio’” (Arias y Saavedra, 1990, p. 303).

Por su parte, el padre De Ortega (1996), quien vivió en la región cora entre finales de 1727 y 1754, destaca un punto importante:

A la región destinada á los que acaban con muerte natural llamavan Mucchita, que quiere decir lugar de muertos: que es lo mismo, que los Mexicanos nombravan Mictlan […]. Está Mucchita, como ellos se figuravan cerca del Real del Rosario en un cerro lleno de cuevas, rodeado todo de moradores respetables con cerquillo, que cuidan de aquellas almas, que de dia se dexan ver en figuras de moscas, buscando, que comer; y de noche, bailando en su propia figura (p. 23).

Entonces, a pesar de que De Ortega no menciona a Narama, dicha morada, de nombre similar a la señalada por Arias y Saavedra, seguía estando en el mismo lugar. Por ello, además de ser la deidad de la sal, el chile y el mezcal o maguey, podemos señalar que era también el dios del lugar de los muertos.

En la actualidad, para los grupos indígenas del Nayar, el mar —y en particular la zona de marismas del sur de Sinaloa y norte de Nayarit— es también el lugar de los muertos; además, es el sitio de donde proviene la sal y una zona de fertilidad desenfrenada. Para los huicholes, por ejemplo, es ahí:

donde habitan los muertos o, al menos, una gran parte de ellos. Los mosquitos […] son las personas fallecidas. En especial, se afirma que los muertos que viven en la costa del Pacífico son aquellos que cometieron muchas transgresiones sexuales durante su vida. La existencia de estos “pecadores” no necesariamente es triste, ya que pasan el tiempo bailando la danza circular mitote y emborrachándose (Neurath, 2016, p. 50).

De acuerdo con el mito de la ruta de los muertos recopilado por Silvia Leal Carretero y Pedro García Muñoz (Haimiwie), una de las deidades de los muertos es Nuestra Madre Narema, que se encarga de aplicar el castigo a aquellos que tuvieron más de cinco amantes (Leal Carretero, 1992) y cuyo nombre recuerda al de Narama. Sin embargo, entre los coras no subsiste el numen, pero el inframundo todavía se relaciona con el poniente y la costa, donde se encuentra la morada de la diosa de la tierra y de la luna; por ello, el poniente es “el lugar de la fertilidad […], la diosa tierra es la heredera de la diosa del inframundo […]. De hecho, el oeste es considerado la puerta de entrada al inframundo” (Guzmán, 2002, p. 90).

El poniente es también el rumbo de Sáutari, la Estrella de la Tarde, que se considera el guardián y antecesor de la diosa lunar y entre cuyas atribuciones está dar permiso para la ingesta del vino (destilado de maguey),1 “lo cual es sinónimo de incitarlos a tener relaciones sexuales”; asimismo, los empuja a comer sal (Guzmán, 2002, p. 92). De hecho, el mito de los coras actuales sobre el origen de la sal es muy parecido al recopilado por Arias y Saavedra (Benítez, 1970, pp. 543-546). Podríamos considerar que Sáutari tomó el lugar de Narama. De tal forma, para los mexicaneros y tepehuanos del sur, el inframundo, llamado Chamet, es el sur de Sinaloa.

Visto desde los principales sitios arqueológicos del sur de Sinaloa, durante el solsticio de verano el sol se pone entre el cerro de Las Cabras y el de Chametla (es decir, Ychamet, la casa de Narama). Al pie del cerro de Las Cabras, entre éste y el mar, hay una pequeña laguna de agua dulce que permanece con agua todo el año, incluso en temporada de secas. Ahí se encuentran unas pequeñas ruinas arqueológicas. "A la orilla de la laguna están los restos de una plaza de cerca de veinticinco metros por lado, limitada por plataformas bajas alargadas; ahí inicia una especie de calzada de más de seis metros de ancho, delimitada a ambos lados por muros de piedra de casi un metro de ancho" (Grave Tirado, 2016, p. 44).

Se dirige primero en dirección norte, en el espacio entre dos pequeños cerros, y más o menos a la mitad entre ambos vira hacia el este e inicia su ascenso hacia la parte alta del cerro; ahí remata en una serie de plataformas escalonadas hasta llegar a la cima, donde hay un espacio plano de unos cuarenta metros de diámetro, el cual, al parecer, fue nivelado artificialmente. Al oriente, por donde sale el sol, hay un afloramiento rocoso (Grave Tirado, 2018).

Interpretamos este último espacio como un patio de mitote, es decir, un espacio ritual. En la actualidad, el mitote de petición de lluvias, que se celebra a finales de mayo o principios de junio, tiene un lugar destacado entre los grupos indígenas del Nayar; en este ritual, coras y tepehuanos, tanto hombres como mujeres, consumen bebidas de maguey preparadas en la misma comunidad. En el resto de las fiestas la borrachera se vale de cualquier otro vehículo. Dice Coyle (2010, p. 40): “La embriaguez entre miembros masculinos y femeninos de la comunidad funciona como metáfora de la cópula cósmica entre el cielo y la tierra. Y con ello, simboliza la fertilidad”. Entre los huicholes, por su parte, la Namawita Neixa, fiesta de la siembra, que se efectúa en el solsticio de verano:

Se trata de la única fiesta en la que el cantador mira hacia el poniente y en la que la salida del sol no tiene importancia, porque no se festeja el triunfo del sol sobre la oscuridad sino lo contrario: “se hace fiesta para el sol que se mete”. El astro diurno devorado por la oscuridad. En la danza, Takutsi [diosa de la vegetación y de la fertilidad] tiene un papel protagónico. La fiesta de la siembra es el momento de celebrar la sexualidad y todos los demás placeres reprimidos (Neurath, 2001, p. 515)

¡Es mayo! ¡Son playas!

Hasta hace unas décadas, la Fiesta del Mar Las Cabras se realizaba a orillas de la laguna, entre el cerro de Las Cabras y el mar, pero ahora, por diversas causas, se lleva a cabo unos kilómetros al sur. Oficialmente, la celebración inició en 1904; sin embargo, en el siglo xix, durante mayo era común realizar fiestas a la orilla del mar a lo largo de Sinaloa, así como en Mazatlán (Estrada Rousseau, 1987) y Angostura (López Pérez, 2007; fig. 1), y al parecer la fiesta de Las Cabras también. En un breve artículo publicado en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, titulado “Chiametla” (Anónimo, 1870), se describe una fiesta en la playa en la que concurrían casi todos los habitantes del distrito de El Rosario, al que entonces pertenecía Escuinapa.

En los primeros días de mayo cuando el sol arroja sus rayos perpendiculares y toda la naturaleza parece envuelta en una atmósfera de fuego, la playa de Chiametla se engalana y toma una animación poco común. Casi todos los habitantes del distrito de El Rosario concurren a los paseos del mar, a la barra de Chiametla y de improviso, en la desierta playa, parece que brota como por encanto una población, cubriéndose sus arenas de multitud de enramadas para alojar a los paseantes, otras se convierten en salones de baile, partidas de juegos y puestos de frutas. Ocho, diez o quince días permanecen en la playa, yendo y viniendo con frecuencia a las poblaciones próximas, son otros tantos de una continuada fiesta. Bailes, cantos, juegos, baños y cuanto pueda proporcionar placer y diversión (p. 63).

Aunque ahora parece una fiesta exclusiva de los escuinapenses, todavía en la primera mitad del siglo xx asistían multitudinariamente los habitantes de los pueblos de la vega del río Baluarte (Ibarra, 2003, p. 151). La fiesta se realiza a finales de mayo, época del año de mucho calor, sequía y desempleo: los peces y los moluscos de concha son cada vez más escasos, aún no hay camarón, apenas se comienza a arar la tierra y la temporada salinera está en su final. Incluso en los últimos tiempos, "desde la introducción del riego y la implementación del mango como cultivo dominante, la fruta aún está verde en los árboles y no se tiene la certeza de si habrá una buena cosecha o si ‘va a tener precio’. Es, sin duda, la época de mayor ansiedad por el futuro".

Los preparativos, sin embargo, comienzan antes de que inicie mayo, cuando concluye la Semana Santa. Las comidas son más frugales; “más frijoles, menos carne”. Se asiste con menos frecuencia a las cantinas. Muchos engordan un cochino y quien puede, una vaca. La intención es tener mucho, si se puede hasta de sobra, para la fiesta. Los nacidos en Escuinapa y que ahora viven lejos piden sus vacaciones para poder acudir a la fiesta (Grave Tirado, 2016, pp. 40-41).

El jueves por la tarde comienza el traslado de los enseres de cocina, los tamales, el camarón seco, la carne machaca, los catres, las sillas, la poltrona de la abuela, la jaula con el perico. El viernes son pocos los que se presentan al trabajo y menos aún quienes asisten a la escuela. Desde temprano se inicia el desfile de coches, camionetas, autobuses. La fila parece interminable, todos repletos de gente, de cosas, de comida, de bebidas escondidas (Grave Tirado, 2016, pp. 41-42).

En la playa, frente al mar, se construyen las enramadas.2 En ellas, familias enteras se hacinan durante cinco días. Los que no alcanzaron lugar, o a los que no les alcanzó el dinero, llevarán lonas, casas de campaña o cobijas para amarrarlas al lado de la enramada del pariente, del compadre, del amigo, o para tenderlas directamente en la arena. El punto es tener un lugar donde echarse a dormir cuando el cansancio o la borrachera no los dejen seguir (Grave Tirado, 2016, p. 41). Escuinapa entero parece volcarse a la Fiesta del Mar de Las Cabras; en 2019 asistieron más de 45 000, de acuerdo con el patronato que organiza la fiesta, y según el censo de 2010, el municipio tiene 54 131 habitantes.

Hoy en día la fiesta es un evento enteramente civil, y aunque en su organización el patronato encargado la concesiona a algunas cerveceras3 —las cuales han imitado al Carnaval de Mazatlán con la elección de reinas y reyes de la alegría—, aun así sigue siendo uno de los mecanismos más efectivos para mantener la cohesión e identidad de los habitantes del municipio de Escuinapa.

Comentarios finales

En la Fiesta del Mar de Las Cabras los escuinapenses seguimos celebrando a Narama, el dios de los placeres permitidos y prohibidos, y en la que durante cinco días nos acercamos a la libertad, la presentimos: “habremos vivido como los dioses […] Contento estaré, aunque mi lira / allí no me acompañe; por una vez / habré vivido como un dios, y más no hace falta” (Hölderlin, p. 60). Por su parte, Estrabón dice: “Se ha dicho, en efecto, con buen criterio, que los hombres alcanzan una más alta cota en la imitación de los dioses cuando hacen el bien a otros, pero sería mejor decir que lo consiguen cuando son felices; y esta felicidad es la alegría y la fiesta, el ejercicio de la filosofía y el disfrute de la música” (Estrabón, citado en Calasso, 2020, p. 369).

Hablar, escribir o hacer mención de las playas de Las Cabras, sin referirse a los bailadores frenéticos, es como comernos un plato de pozole sin chile o limón […]. Lo más importante era llevar a la novia o pretendida chica a esas playas vírgenes, frente al océano, para darle duro… al baile… Después, ya en la semioscuridad, empezaban las cosas a ponerse en punto, con el fin de buscar los rincones más obscuros donde saciar sus ansias de pasteleos mutuos. Al fin y al cabo... son playas (Ibarra, 2003, p. 155).

Diría Hölderlin que aunque más tarde no recordemos mucho, Escuinapa, como Eleusis, es un lugar al que hay que volver.

Notas

1 Es en realidad Ja’a-tzí-kan, la Estrella Matutina, el dios del vino, pero es Sáutari el que da el permiso para beberlo.

2 En 2019 se construyeron más de quinientas.

3 En 2008, 2010 y 2011 fue la cerveza Pacífico; en 2009, 2012 y 2013, la Tecate.



Referencias

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