Ignacio Manuel Altamirano en Morelos

Mario Casasús

Periodista, Clarín (Chile), La Jornada Morelos y Archipiélago (UNAM)

En el primer párrafo de El Zarco, la novela con la que universalizó la región localizada entre Tepoztlán, Cuautla, Ayala y Cuernavaca, Ignacio Manuel Altamirano escribió: “Yautepec es una población de tierra caliente, cuyo caserío se esconde en un bosque de verdura. De lejos, ora se llegue de Cuernavaca por el camino quebrado de las Tetillas, que serpentea en medio de dos colinas rocallosas cuya forma les ha dado nombre, ora descienda de la fría y empinada sierra de Tepoztlán, por el lado Norte, o que se descubra por el sendero llano que viene del valle de Amilpas por el Oriente, atravesando las ricas y hermosas haciendas de caña de Cocoyoc, Calderón, Casasano y San Carlos, siempre se contempla a Yautepec como un inmenso bosque por el que sobresalen apenas las torrecillas de su iglesia parroquial”.1

En 1982, Juan Rulfo anotaba: “Es pues Altamirano la figura literaria de mayor relieve en su época, tanto por su obra personal como por su incansable labor en la ciencia y la cultura, así como por la influencia que ejerció en estimular a los escritores de varias generaciones.

”Su intensa lucha por lograr una literatura de valores nacionales auténticos contribuyó a unificar a numerosos escritores con distintas tendencias ideológicas y diferencias políticas, en torno a su revista El Renacimiento. Su preocupación estética y su anticolonialismo cultural fueron las bases para que México creara una identidad propia”.2

Rulfo también definió la novela El Zarco: “Está emparentada con Astucia de Inclán y Los bandidos de Río Frío, aunque por su concepción estética y cualidades formales está considerada la primera novela moderna mexicana”.3 El Zarco. Episodios de la vida mexicana en 1861-1863, se publicó de forma póstuma en Barcelona por iniciativa del editor catalán Santiago Ballescá, en 1901, con un prólogo de Francisco Sosa y las ilustraciones de Antonio Urtillo y D. J. Thomas.

La historiadora Nicole Girón contrastó diversas fuentes para ubicar los pasos de Ignacio Manuel Altamirano por Cuautla y Yautepec: “De la vida de Altamirano entre 1852 y 1855, no se han encontrado hasta la fecha documentos comprobatorios. Para seguirle durante este periodo estamos reducidos a las suposiciones que permiten aventurar algunas composiciones literarias y a los recuerdos vertidos por el ‘maestro’ muchos años después”.4 La historiadora francesa avecindada en Tepoztlán, coordinadora de los veintitrés volúmenes de las Obras completas de Altamirano, fue la pionera en el estudio biográfico por región del escritor nacido en Tixtla (1834-1893). Girón es autora del libro Ignacio Manuel Altamirano en Toluca (1993)5 y del extenso ensayo “Altamirano en Cuautla” (1997).

La primera referencia de un biógrafo sobre Altamirano y Cuautla data de 1890. Su discípulo y amigo, Luis González Obregón, escribió: “Altamirano pensó en ser dramaturgo; entonces fue cuando en un teatro de provincia y con una compañía muy humilde, puso a la escena su drama histórico Morelos en Cuautla, que como remordimiento literario guardaba en su biblioteca […] Cuando se presentó esa pieza, la única y primera vez, el público entusiasmado y seducido, pidió a gritos el nombre del autor, y éste confuso y avergonzado, salió de la concha del apuntador, para recibir los lauros de aquella ovación sincera y espontánea. Altamirano era la consueta de la pobre compañía”.6 Un siglo después, en 1986, el cronista Carlos Monsiváis revalidaría la versión de González Obregón: “Al salir de Toluca, Altamirano viaja de pueblo en pueblo, es maestro de primaria, y se añade a una compañía de cómicos de la lengua como dramaturgo y apuntador”.7

Nicole Girón presentó la problemática ante el supuesto oficio teatral: “Aunque, como es obvio, González Obregón sólo ha podido saber de él por una confidencia de su protagonista. De hecho, la redacción de las numerosas reseñas teatrales que Altamirano publicó entre 1868 y 1870 le hubieran brindado sobradas oportunidades para mencionar el incidente si le hubiese parecido oportuno. Podemos suponer que las funciones de magistrado de la Suprema Corte de Justicia que ocupaba por aquel entonces y que se avenían mal con el ejercicio de la crítica teatral en un periódico de gran circulación, lo incitaron tanto a usar el seudónimo de Próspero como a callar aquellos antecedentes”.8

A pesar de la duda razonable de Girón, González Obregón es una fuente confiable. El discípulo recibió en 1889, de manos de Altamirano, el manuscrito de El Zarco con anotaciones en los márgenes, una dedicatoria y el autógrafo del maestro antes de partir a Europa. Sin duda, el joven profesor Altamirano fue un personaje central de la cultura en Cuautla: las autoridades municipales de la Junta Patriótica lo designaron orador principal. El 16 de septiembre de 1855, en la ceremonia para conmemorar la Independencia de México, Altamirano pronunció la Oración cívica: “¿Quién no conoce a Morelos en esta ciudad que lleva su nombre? Nadie ignora que el pastor de Carácuaro, dotado de gran genio, de pericia, y sobre todo de un entusiasmo y de una constancia que tienen pocos ejemplos, se lanzó a combatir con unos cuantos; mas bien pronto se puso a la cabeza de numerosas tropas; espantó a Acapulco, triunfó en Tixtla, se burló de Calleja y de doce mil enemigos; cuando ya sólo contaba con ochocientos hombres extenuados y con los recintos de una población que por todas partes ofrecía entradas, sostuvo un sitio cuya sola narración aterra, y por último, rompió por entre los sitiadores con la espada en la mano, con la fe en su causa, con el entusiasmo en su corazón, y fue a clavar su bandera sobre los muros de Oaxaca”.9

Altamirano censuró dos temas de su biografía: la puesta en escena de su obra de teatro Morelos en Cuautla y el texto Oración cívica de Cuautla. Girón escribió, en 1986, una nota a pie de página para el primer tomo de las Obras completas: “En el fondo documental, que dejó Altamirano en París y conservado por la familia Sierra Casasús, hay un simple medio pliego con una línea escrita por la letra menuda y nerviosa del tribuno, y con una leyenda con caracteres mayores:

"A mi hermano Cipriano Contreras.

Este discurso no debe publicarse por imperfecto,

es decir por defectuoso y juvenil. Yo tenía 20

años cuando lo pronuncié.

Altamirano"

¿Cuál será aquel discursillo? ¿Cuál su contenido? No lo sabremos nunca, pues el propio autor lo eliminó; pero en cambio señaló la época de su iniciación propiamente oratorial: el año 1854, cuando tenía 20 años. Precisamente esa fecha pone a los poemas más antiguos en su libro Rimas: ‘Los Naranjos’, escrito sin duda en Yautepec, y ‘Las Abejas’, en Cuautla. Lo anterior nos permite afirmar con absoluta seguridad que el poeta y el orador cuajaron sincronizadamente por aquel año y en aquellas localidades, pues citó como el primero de sus discursos, digno de ser impreso, el del 16 de septiembre de 1855”.10

La nota manuscrita con la petición de no publicar la Oración cívica se conserva en el Archivo Casasús y el documento facsimilar se reprodujo en la Iconografía de Ignacio Manuel Altamirano.

El 12 de febrero de 1993, el periodista Pablo Espinosa publicó el hallazgo de la Oración cívica: “En el transcurso de las investigaciones que han fructificado en el rescate de las Obras completas de Ignacio Manuel Altamirano (veintidós tomos hasta el momento, editados por la SEP [Secretaría de Educación Pública] y el CNCA [Consejo Nacional para la Cultura y las Artes]), la coordinadora del Comité Editorial formado exprofeso, Nicole Girón, viajó a la región de Blois, Francia donde residen algunos de los descendientes del patricio. Del desván de la casa de los Casasús salió hacia México una parte muy importante del material que conforma el volumen XXII de las Obras completas, fundamentalmente correspondencia. Como ‘una casualidad feliz’, refiere Nicole Girón, apareció en aquel desván el texto inédito que hoy publicamos. El destino final de este hallazgo será el volumen XXIII de las Obras completas”.11

El texto que el maestro Altamirano deliberadamente ocultó, salió a la luz pública 139 años después; de la obra de teatro Morelos en Cuautla no se conocen otros antecedentes. Altamirano prefirió demostrar su admiración por José María Morelos y Pavón en tres ensayos sobre las incursiones del Siervo de la Nación: Morelos en Zacatula (La Unión, en la frontera con Michoacán), Morelos en el Veladero (Bahía de Santa Lucía, en Acapulco) y Morelos en Tixtla (pueblo natal de Altamirano).12

El epistolario de Altamirano desde Morelos

Un año después del ensayo de Girón, el antropólogo Carlos Barreto Mark, director del Museo Casa de Morelos, publicó el catálogo Los otros amores de Altamirano (1998). La curaduría de la exposición temporal consistía en cartas de Altamirano, Joaquín Casasús y Carlos VII de España; libros de la época; objetos personales (joyas, vajillas y cubiertos); piezas numismáticas; fotografías inéditas del porfiriato, y el retrato de Catalina Altamirano de Casasús, una pintura del siglo XIX restaurada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Toda la colección fue entregada en comodato por la familia Casasús al INAH para dicha exposición.

En el catálogo, Barreto Mark publicó la Oración cívica; también retomó íntegramente el discurso de Altamirano durante la inauguración del tren interoceánico del convento de San Diego de Cuautla (18 de junio de 1881) y seleccionó algunas cartas de Altamirano enviadas desde Morelos: del 19 de diciembre de 1866 en Tepalcingo (a Francisco Leyva), del 22 de diciembre de 1866 en Cuautla (a Benito Juárez), del 29 de diciembre de 1866 en Tlaquiltenango (a Vicente Riva Palacio), del 6 de enero de 1867 en Cuernavaca (a Trinidad Gives), del 9 de enero de 1867 en Miacatlán (a Trinidad Gives) y del 15 de enero de 1867 en Cuautla (a Benito Juárez).

El historiador Jesús Sotelo Inclán coordinó los dos volúmenes del epistolario de Altamirano, y el antropólogo Barreto Mark únicamente divulgó las cartas enviadas desde varias poblaciones de Morelos y las líneas escritas con alguna referencia a los pueblos morelenses. Citaré una epístola dirigida a Francisco Leyva, sin lugar del remitente:

“Diciembre 25 de 1866

Mi querido Pancho

Tengo el mayor empeño que el señor Urquiza,

joven español que tiene una casa de comercio

en Jojutla, muy buen liberal como se lo dirá a

usted Román González, y a quien debo el grande

favor de que haya conducido a mi familia a

Santa Inés (Cuautla) con el mayor empeño, no

sea gravado en nada por nuestras fuerzas.


Al efecto desearía que me hiciera usted el favor

de extenderle un resguardo muy especial

para que su casa e intereses se respeten, pues

tienen algunos caballos.


Estoy escribiéndole en este momento y quería

acompañarle el resguardo. Conque agradeceré

a usted mucho me lo envíe.


Su hermano

Ignacio”.13

El epistolario morelense data de la guerra de intervención francesa (1862-1867). Altamirano venía de una larga trayectoria en el ejército: inició su carrera militar en la Revolución de Ayutla (1854-1855) contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna; combatió en la Guerra de Reforma (1857-1861) en el bando liberal, y fue el héroe de la batalla del Cimatario (1867). El Sitio de Querétaro terminó con el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo y Altamirano conversó con el derrotado emperador austrohúngaro en su celda del convento de las Capuchinas.14

El recuerdo de combates e incursiones de tropas, el imaginario de bandoleros y paisajes de Morelos quedaron impregnados en El Zarco. En palabras de Julio Moguel: “Un caso notable en el manejo de la historia para hacer literatura y de la literatura para hacer historia es el de Ignacio Manuel Altamirano, en un nivel de maestría y calidad en la aproximación a esta particular manera de enfocar y ligar ambas disciplinas, que no tiene parangón en la historia de nuestras letras […] la incorporación por parte de Altamirano a sus obras históricas de elementos, miradas y técnicas que le llegan de su formación propiamente literaria no es un simple medio o instrumento escenográfico para engalanar o edulcorar ‘el hecho duro’ del relato histórico, sino un componente que, al incorporarse íntimamente al tejido de lo escrito, lo enriquece y lo muestra en sus variopintas y multiplicadas formas de presencia”.15

Poesía y evocación de Cuautla

El catálogo Los otros amores de Altamirano termina con cinco poemas de Altamirano escritos en 1858 a una novia de juventud que conoció en Cuautla —fallecida en 1858— y a quien nadie ha podido ubicar: “Carmen”, el primer amor de Altamirano. Los poemas se encuentran en el tomo VI de las Obras completas: “Al pie del altar”, “Pensando en ella”, “En su tumba”, “Al Xochitengo” y “En la muerte de Carmen”.16

En 1858, Altamirano evocó la pérdida de su amada en el poema “Al Xochitengo”, cuyo nombre hace alusión a un afluente del río Cuautla, torrente de los deshielos del volcán Popocatépetl:


Tú fuiste de amores felices, testigo;

mi Carmen, tus playas ardientes pisó:

su voz escuchaste, tú fuiste su amigo,

tu linfa su imagen divina espejó…


¡Qué tardes hermosas allí en tus riberas;

qué dulce es el rayo del sol junto a ti!

¡Qué sombras ofrecen tus verdes mangueras

qué alfombras de césped se extienden allí!


La flor del naranjo la brisa embalsama,

los nardos perfuman el bosque también;

el mitro silvestre su aroma derrama,

y el plátano esbelto refresca la sien…


Tan sólo me queda la dulce memoria

de aquel desdichado, tiernísimo amor,

cual vago reflejo de pálida gloria,

cual de astro que pasa fugaz esplendor…


Aún nacen las rosas aquí en tus riberas

aún cantan las aves sus himnos quizás,

aún todo contento respira… y ¿mi amada?


Sin ella, ¿qué vale, qué ofreces oh río?

¿Qué vale ni el mundo, ya muerto el amor?

no busco ya solo, tu encanto sombrío.

¡oh! déjame, lejos llevar mi dolor.17


María del Carmen Millán apuntó en la introducción de El Zarco: “Puede decirse que mientras la poesía de Altamirano es ejercicio de juventud, la novela es obra de madurez”.18 En los poemas de 1858 el tono es melancólico; sin embargo, en 1881 Altamirano recordaría al río con un tono distinto: “Las sabrosísimas truchas de Xochitengo, los bagres y otros peces del río que son muy estimados, y que según los historiadores, hacían las delicias de los antiguos aztecas. La rica y afamada carne cecina de Yecapixtla, y todo eso, habría sido devorado con placer por los mexicanos, que ansían salir de cuando en cuando del conocido y monótono menú francés”.19

En la madurez, Altamirano recurre a la metáfora del río Xochitengo para oponerse a la “exquisita” cocina afrancesada del porfiriato. Esta polémica permanente es retomada en “¿Nacionalistas versus cosmopolitas? Los términos de un falso debate y el giro de Altamirano” por el crítico literario Víctor Jiménez desde la perspectiva arqueológica y arquitectónica.20 La breve referencia gastronómica de Altamirano refleja la búsqueda de una identidad nacional versus el afrancesado estilo del porfiriato.

“La flor del naranjo”, subjetividad y vicisitudes

Antes del primer arribo a Morelos, Altamirano estudiaba en la capital del estado de México, según la investigación de la historiadora Ana María Cárabe: “De la época que sigue a su separación del Instituto Literario de Toluca existe poca información. Al parecer dio clases de francés en un colegio particular de Toluca para vivir después en el estado de Morelos donde un español, Luis Rovalo, le dio trabajo y lo protegió. Ignacio M. Altamirano conservó toda su vida el agradecimiento y la estrecha amistad con la familia Rovalo. A mediados de 1854 se inscribió en el Colegio de San Juan de Letrán para cursar el primer año de jurisprudencia con el apoyo de su protector Luis Rovalo”.21

En realidad, Altamirano inició los estudios de jurisprudencia hasta 1856; vivió en Cuautla entre 1854 y 1855 y trabajó como maestro en la hacienda de Santa Inés, propiedad de Luis Rovalo. Durante su estancia en la región, Altamirano escribió el poema “Los Naranjos” (1854) y transcribió la fecha en la novela El Zarco: “los naranjos y limoneros dominan por su abundancia. En 1854, perteneciendo todavía Yautepec al estado de México, se hizo un recuentro de estos árboles en esta población, y se encontró con que había más de quinientos mil. Hoy, después de veinte años, es natural que se hayan duplicado y triplicado”.22

Nicole Girón planteó dos teorías: la primera, que Altamirano comenzó a escribir El Zarco en 1874, no en 1886, como afirmó Francisco Sosa en el prólogo de 1901, y la segunda, más interesante: “Quien haya hecho el recuento de los árboles plantados en Yautepec en 1854, seguramente alguna autoridad local respondiendo a una solicitud del estado con fines obviamente estadísticos y probablemente fiscales, debió pedir ayuda de los que en el pueblo sabían de letras y de cuentas. ¿Y quién mejor que el maestro de escuela para ayudar al alcalde o al juez de paz en semejantes tareas? ¿Tuvo el joven Altamirano algo que ver con aquel impresionante recuento?”.23

Cuatro años después del poema “Los Naranjos”, también dedicado a “Carmen”, Altamirano regresó a “la flor del naranjo” en el citado poema “Al Xochitengo”, y cuatro décadas después, en 1892, escribió a su yerno Joaquín Casasús: “¡Qué pueblo tan encantador San Remo! No he visto nada más bello como clima. Constante cielo azul y radioso, sol de fuego, nubes con coloraciones de amaranto y rosa, y abajo el Mediterráneo de color índigo, y las colinas revestidas de olivos, y los caseríos y las villas llenas de jardines de naranjos, limoneros, palmeras, magnolias, cactus, ¡el oriente!”.24

En el Mediterráneo italiano, Altamirano veía los “jardines de naranjos y limoneros del oriente” que conoció en Yautepec, y escribió en El Zarco: “Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental, porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por donde quiera, con extraordinaria profusión”.25 Haría falta una investigación en los parámetros de los estudios literarios para explorar la importancia de los naranjos en la poesía y narrativa de Altamirano.

El árbol genealógico Altamirano-Casasús

El profesor Melchor García Reynoso, oriundo de Tixtla, publicó el libro Genealogía del maestro Ignacio Manuel Altamirano (1991),26 la más precisa investigación sobre el tema con los registros parroquiales de Tixtla. Dos años después, Carlos Tello Díaz, hijo de Catalina Díaz Casasús, aportó algunos datos para complementar el árbol genealógico: “A pesar de que la familia de Margarita Pérez Gavilán tenía pocos recursos pudo sin embargo asistir a las aulas por descender —era bisnieta— de un mexicano muy ilustre, también de Tixtla: el general Vicente Guerrero. En la capital pasó dos o tres años entre los muros de tezontle de Las Vizcaínas. Quien hubo de ser su marido —Ignacio Manuel Altamirano— la vio por primera vez cuando fue designado por sus profesores para recitar una oración ante las alumnas del colegio”.27

Después de la muerte de “Carmen” en 1858, al año siguiente, Altamirano contraería nupcias con Margarita Pérez Gavilán y adoptarían a las niñas Catalina, Palma y Guadalupe, y al pequeño Aurelio, los cuatro hermanos menores de Margarita. En la investigación de Carlos Barreto Mark encontré una omisión: “Altamirano no tuvo hijos pero sí una numerosa familia. Altamirano se casó con Margarita Pérez Gavilán. Hija de Eduardo Pérez Gavilán y Dolores Catalán Guerrero”.28 El descuido del antropólogo radica en no mencionar que Dolores Catalán Guerrero era nieta del presidente Vicente Guerrero, dato que sí subraya Tello Díaz sin citar la fuente.

Hasta donde he podido investigar, la primera referencia sobre el parentesco de Margarita Pérez Gavilán con Vicente Guerrero data de 1939. En el obituario por el fallecimiento de Catalina Altamirano, el diplomático Carlos Serrano escribió:

“Me platicaba de su ‘padre’ el maestro Altamirano, de su madre doña Lolita, desfilaban sus familiares don Vicente Guerrero y los Riva Palacio […] El maestro Altamirano al casarse con doña Margarita, recogió a toda esa familia pobre y desheredada. A las mujeres dio su nombre y justamente una de las virtudes más altas de doña Catalina fue aquella de reconocer enteramente como ‘su padre’ a aquel hombre que en las Rejas de la Concepción escribía hasta dos artículos para dar de comer a su madre, a sus hijas y a sus hijos”.29

Catalina Altamirano contrajo nupcias con Joaquín Casasús. En la Iconografía de Altamirano destaca una foto con la dedicatoria: “A mis queridos hijos Joaquín y Catalina —rúbrica: I.M.A.— París, octubre 24-1889”. A Joaquín Casasús le escribió la carta con la última referencia a los naranjos: “y las colinas revestidas de olivos, y los caseríos y las villas llenas de jardines de naranjos, limoneros, palmeras, magnolias, cactus, ¡el oriente”.30

Las ediciones artesanales

El historiador Jesús Sotelo Inclán acostumbraba imprimir de forma artesanal algunos trabajos: en 1988, durante la Semana Altamiranista, en Tixtla, publicó la Dramatización de la novela Antonia y el Arreglo teatral de Navidad en las Montañas.31 Ambas piezas de Sotelo Inclán son la metáfora perfecta del fallido “dramaturgo” Ignacio Manuel Altamirano. En 1984, Sotelo Inclán escribió cuarenta y cuatro páginas que permanecen inéditas —según consta en el registro que dejó el propio autor, fallecido en 1989—, con el título de Los primeros versitos del colegial Ignacio Altamirano.

Hasta hoy no hemos localizado algunos versos de las páginas inéditas de Sotelo Inclán que pudieran encontrarse en los tomos I (Discursos y brindis) y VI (Poesía) de las Obras completas, ni siquiera en el XXIII (Varia). En el transcurso del año publicaré, en coautoría con el historiador Alfonso Inclán, los detalles de esta investigación bibliográfica. La edición facsimilar incluirá también un apéndice con las fotografías inéditas de Sotelo Inclán junto a Nicole Girón, Carlos Monsiváis, Andrés Henestrosa y Beatriz García Hernández, sobrina-nieta de Altamirano. Ella fue la pieza clave para ordenar el árbol genealógico de la familia Altamirano-Casasús.

Notas

1 Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, Océano, México DF, 1986, p. 25.

2 Juan Rulfo, “Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893)”, en Mario Casasús, Víctor Jiménez, Jorge Zepeda, Alberto Vital, Adrián Rodríguez y Julio Moguel (coordinador), Altamirano. Vida, tiempo, obra, CESOP/Juan Pablos Editor, México DF, 2014, p. 21.

3 Ibid., p. 22.

4 Nicole Girón, “Altamirano en Cuautla”, en Manuel Sol Tlachi y Alejandro Higashi (eds.), Homenaje a Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), UV-ILL (Cuadernos), Xalapa, 1997, pp. 21-48.

5 Nicole Girón, Ignacio Manuel Altamirano en Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura/Instituto Guerrerense de Cultura/Instituto Dr. José María Luis Mora, Toluca/Chilpancingo/México DF, 1993; Nicole Girón, “Altamirano en Cuautla”, en Manuel Sol Tlachi y Alejandro Higashi (eds.), Homenaje…, op. cit., pp. 21-48.

6 Ibid., p. 22.

7 Carlos Monsiváis, “El Zarco: los falsos y los verdaderos héroes románticos”, en Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, op. cit., p. 9.

8 Nicole Girón, “Altamirano…”, en Manuel Sol Tlachi y Alejandro Higashi (eds.), Homenaje…, op. cit., p. 23.

9 El discurso de Altamirano repasa la historia de México entre 1810 y 1855. El fragmento corresponde al /Sitio de Cuautla de 1812: “Folleto publicado en la ciudad de México en 1855, por el impresor y editor Vicente García Torres. Se trata del primer discurso pronunciado por Altamirano, cuyo texto se creía perdido. Fue facilitado por la familia Casasús-Montagnier en Francia”, Nicole Girón, en Ignacio Manuel Altamirano, Obras completas, Varia, t. XXII, SEP, México DF, 2001, p. 177, nota a pie de página.

10 Nicole Girón, en Ignacio Manuel Altamirano, Obras completas, Discursos y brindis, t. I, SEP, México DF, 1986, p. 447, nota al pie.

11 Pablo Espinosa, “Oración cívica de Ignacio Manuel Altamirano”, La Jornada, Suplemento Perfil, 12 de febrero de 1993.

12 Julio Moguel, “Altamirano historiador. Los escritos sobre José María Morelos”, en Mario Casasús et al., Altamirano…, op. cit., p. 179.

13 Ignacio Manuel Altamirano, “Epistolario”, en Carlos Barreto Mark, Los otros amores de Altamirano, Museo Casa de Morelos/Ayuntamiento de Cuautla/INAH, Cuautla/México DF, 1998, pp. 12-19.

14 Para entender el contexto de las cartas de Altamirano dirigidas al presidente Benito Juárez, al general Vicente Riva Palacio y al entonces político Francisco Leyva en torno a las expediciones militares, los partes de guerra y los conflictos políticos en general —con Diego Álvarez en particular—, remito a los lectores al libro Rebeldes y bandoleros en el Morelos del siglo XIX, del historiador Carlos Barreto Zamudio: “El viejo don Juan Álvarez [1790-1867] también murió envuelto en las agudas problemáticas regionales que estaba heredando su hijo Diego, entonces gobernador de Guerrero —particularmente con Vicente Jiménez e Ignacio Manuel Altamirano—, mismas que en los años inmediatos impactaron con gran fuerza en Morelos”. En Carlos Barreto Zamudio, Rebeldes y bandoleros en el Morelos del siglo XIX, tesis de posgrado, ENAH, México DF, 2011, p. 102.

15 Julio Moguel, “Altamirano: novelista-historiador”, en José Miguel Barajas y Juan Domingo Argüelles (coord.), Portal de letras. Ejercicios de crítica literaria, UAG/Juan Pablos Editor, Chilpancingo/México DF, 2013, pp. 155-156. Para estudiar detenidamente la narrativa histórica de Altamirano, recomiendo la lectura del ensayo escrito por Jorge Zepeda, “Componente alegórico, caracterización de personajes y descripción del entorno en El Zarco”, en Mario Casasús et al., Altamirano…, op. cit., pp. 81-117.

16 Ignacio Manuel Altamirano, “Poesía”, en Carlos Barreto Mark, Los otros amores…, op. cit., pp. 20-23.

17 Ignacio Manuel Altamirano, “Al Xochitengo”, en Carlos Barreto Mark, Los otros amores…, op. cit., p. 22.

18 María del Carmen Millán, “Introducción”, en Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, Porrúa (Sepan Cuantos… 61), 28ª ed., México DF, 2010, p. 13.

19 Ignacio Manuel Altamirano, “El ferrocarril de Morelos”, en Carlos Barreto Mark, Los otros amores…, op. cit., pp. 2-5.

20 Mario Casasús et al., Altamirano…, op. cit., pp. 25-78.

21 Ana María Cárabe, El pensamiento político de Ignacio M. Altamirano, UAG/Fontamara, Chilpancingo, México DF, 2012, p. 36.

22 Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, op. cit., p. 26.

23 Nicole Girón, “Altamirano en Cuautla”, en Manuel Sol Tlachi y Alejandro Higashi (eds.), Homenaje…, op. cit., p. 36.

24 Ignacio Manuel Altamirano, Obras completas, Epistolario (1889-1893), t. XXII, SEP/Conaculta, México DF, 1992, p. 370. El original de la carta membretada de “I.M.A.” (Ignacio Manuel Altamirano) pertenece al Archivo Casasús.

25 Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, op. cit., p. 25.

26 Melchor García Reynoso, Genealogía del maestro Ignacio Manuel Altamirano, Gobierno del Estado de Guerrero/Instituto Guerrerense de la Cultura, Chilpancingo, 1991.

27 Carlos Tello Díaz, El exilio. Un relato de familia, Cal y Arena,México DF, 1993, p. 227.

28 Carlos Barreto Mark, Los otros amores…, op. cit., p. 1.

29 Carlos Serrano, “Doña Catalina Altamirano de Casasús, una gran dama mexicana, muere en París”, Excélsior, Suplemento Ilustrado, 12 de enero de 1933.

30 Ignacio Manuel Altamirano, Obras completas, Epistolario…, op. cit., p. 370.

31 Ambas obras de teatro se imprimieron en los talleres de la Editorial Nuspam, Chilpancingo, 1988.