Las humanidades tienen una larga historia en las universidades europeas que se remonta a la colonización europea, particularmente en América Latina y Asia. La universidad siempre albergó disciplinas, como la retórica, la filosofía y la literatura, de las cuales se desprendieron los modernos saberes humanísticos: la lingüística, la antropología, entre otras.
Estas han sido la parte fundacional del saber occidental que abreva de —y se configura con— las tradiciones grecolatina y medieval, y debemos verlas como saberes que, como han cuestionado las epistemologías del sur, pueden contener premisas políticas de dominación, pero también emancipatorias, como demuestran las acciones críticas del pensamiento que motivaron transformaciones sociales allí donde este se dio.
Basta ver la influencia de los maestros del exilio español en la conformación del saber, en la segunda mitad del siglo xx, en nuestro país. Disciplinas que hoy cultivamos como humanidades serían impensables sin aportes como los de Villoro, Zambrano, Sánchez Vázquez, Nicol, entre otros.
Pero con el avance de la modernidad capitalista, las humanidades han tenido que luchar por un lugar, lo cual se muestra en el escaso apoyo gubernamental para su investigación y divulgación: de ahí el deber político de la universidad para el cabal reconocimiento, a la par del conocimiento mensurable, de los saberes que hoy hacen posible la interpretación y la hermeneusis, la lectura atenta de los textos y, por ende, del mundo en su conjunto.
Muchas veces la universidad ha tenido que negociar con el mercado y el Estado para poder consolidarse, y las humanidades también, puesto que sin ellas hubiese sido imposible la modernidad universitaria. Fueron las ciencias duras las que se incorporaron a la universidad hacia el siglo xix, no las humanidades ni las ciencias sociales: de ahí su derecho e importancia.
Podemos decir, entonces, que buena parte de la justificación de los objetivos de la universidad —y de la nuestra en particular— se deriva de esas disciplinas que no dejan de transformarse y que siguen produciendo ciudadanos acostumbrados a ser libres, a interrogar los efectos del poder estatal e institucional, a pensar relaciones sociales y mundos otros cuya premisa fundamental sea hacer preguntas atentas a situaciones problemáticas en las sociedades, más allá de la aplicabilidad de las disciplinas —importantes también— técnicas o científicas. La divulgación de las humanidades está ya garantizada en los motivos que dan lugar a la institución universitaria, es decir, en el compromiso con el debate, el diálogo y el argumento riguroso para la resolución de los problemas humanos.
Por una humanidad culta
Armando Villegas Contreras
Director de la Facultad de Humanidades