♦Pura López Colomé

xxiv: Pesca de altura-madrugada-hombres, arte de

Oscuridad antigua,
recurrente.
Calma posterior
al diluvio,
salvo por la bóveda
cuajada,
en plena ebullición,
sin matizar.
Salvo por su atención
cuajada de mí.
Salvo por su falta de futuro.

Nos acercamos de puntitas,
como quien no quiere la cosa,
y menos despertar a nadie.
La música natural
de olas pequeñas,
espontánea canción de cuna
para instrumento de aliento
solo,
arrullándolo todo,
arrullándose incluso.
Nada de violentos estallidos,
percusiones ostentosas
de mares fríos, otros océanos,
que golpean a lo que ose
ponerse al tú por tú,
en franco desafío:
se lo llevan entero o en pedazos,
para luego coronarse
de radiante espuma,
imperialmente,
y saborear el triunfo.
Aunque el finale con brío
deje flotando
los despojos del botín,
piernas sueltas (de quienes durmieron a),
velámenes en jirones (de exquisitez anterior),
mástiles quebrados (labor sublime de ebanistas),
un juguete, una pelota,
algún tobillo con grillete,
algún brazo sin axila,
salvavidas color naranja,
color tulipán africano,
color alma de papaya,
color carne de mamey.

Esta orilla era distinta.
Demoniaca. Edénica.
La lancha nos esperaba,
no nosotros a ella.
En una correspondencia así,
se va deslavando el sujeto.
Y conversan los objetos.
Reinan los predicados.

El bardo de bardos —en augurio— me dio una lección lapidaria en torno al diálogo que acaece entre todo lo que orbita, su clamor, a cuyas costas nos encontramos sin reconocerlo hasta mucho después —demasiado tarde—. Tituló su poema “Como todo el mundo”, con tal de hablar, igual que cualquier persona, acerca de sus inercias un día de tantos (mas señalado), sus movimientos de autómata en dirección del altar para recibir “el misterio” en la boca, y —quién se lo iba a imaginar— comunicarse así con quien ya comenzaba a pudrirse dentro de aquel ataúd, percatarse de ese calor único, la expresión de la verdad. Al salir, en aquella ocasión, y sentir la plática entre aire y piel, ajena a su persona, recordó el último lienzo de su mejor amigo: “Rayos de Dios”, orificios de brillantez, fragmentos en diversos tonos de amarillo y dorado, cayendo de quién sabe dónde, en epifanía plena ante el azoro de todo lo demás, colinas, acantilados, alguien que pasea, alguien que voltea y se deja herir. Hombre que resultó ser artífice (de lo divino) y pescador (de hombres). Aunque también pintor de óleos simplemente, y amigo de pez vela y pez espada. Anfitrión de la interlocución entre habitantes de los mares y pinturas de gran formato. Después de estar meditando, en silencio verbal, veinticuatro horas o hasta más, aguardando que algo muerda y caiga en la trampa, el diálogo empieza a darse a su ma-nera. Un jaloncito primero, luego un tirón casi incontrolable para cualquier persona robusta, de buen peso, preparada. El intercambio de señales se va haciendo cada vez más evidente. Entre la musculatura de quien porta la caña y el movimiento vertiginoso, igualmente enérgico, de aquello que se quiere zafar a coletazos, lo logra, ya rumbo a otra vida. Escena sempiternamente inconclusa al óleo.

Yo ignoraba
que había que matar
para vivir.
Ser objeto de otro objeto
de ese modo.
Un gancho se clava justo
entre el paladar inocente
y la euforia que rebosa por la borda.
Y añade:
Que el pez grande
se coma al chico,
estableciendo un patrón.
Y también:
Que la orca no requiera
de interlocutor,
que hable consigo misma.
Qué delicia ser su propio objeto.
Cantarse.
Gemir (llegan de y hasta muy lejos los sonidos)
y llorar
amarga, tristemente
por esos ojitos tan desproporcionados.
Y sea entonces cuando embista,
toro en el agua,
mamífero sumo,
haciendo a gusto de las suyas,
sin dejar huella de lo que aconteció:
aquí no pasó nada:
ningún naufragio.
Banquete en elegantísimo altamar.
De acuosos manteles largos.

Y cuando los apóstoles lo vieron alejarse caminando sobre las aguas, y atónitos quisieron ir tras Él, desde la quilla sintieron miedo (deseo y terror en coloquio). Él volvió la vista sin proferir palabra: “qué pena me dan, hombres de poca fe”, fue el nexo entre pupila y aorta. Y por qué querer ir tras Él, por qué no dejarlo integrarse en paz al horizonte, adiós Dios, hundirse al fin y al cabo en esa su nada, mientras ellos flotaban dentro de la embarcación, “sanos y salvos”. Así decidí permanecer bajo cubierta, no ver al enorme atún de aleta azul que sacabas con tantos trabajos, a punto de reventarse la piel que te cubría los bíceps. Alguien/algo (otro gancho) pinchó la burbuja de mi (mucha) fe en el más allá. Llamarle “sueño eterno” a no volver a despertar equivale a perder el juicio. Bueno, y por qué no. Es para bramar, perdida toda ilusión, al centro de la pronosticada pesadilla existencial. Es como para salir inmediatamente en busca de silicios o coronas de espinas y, aunque sea, sufrir. Saber lo que se siente. Lo que se siente amar a Dios en.

Reinan los predicados
sin que nadie predique.
Huele a rayos (no a pescado)
en esta embarcación vacía.
Anuncia la nueva era
el canto de sirenas
que se arrullan.
Hasta ahogarnos,
habiendo escuchado
al despertar
voces humanas,
me secreteó alguien,
después de recitar
una estrofa del Infierno.

Se desprende la córnea del mundo
dejando al desnudo lo demás.
Sabe a gloria
este platillo.
Quema al tocarlo
y alivia.
Ahora la imagen chica
se come a la grande,
sordomuda
de emoción.
Al fin.

Al fin
obra
de arte
natural.

♦Pura López Colomé. Originaria de la Ciudad de México, es poeta, ensayista y traductora. Estudió lengua y literatura hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Ha colaborado con distintas revistas y suplementos culturales. Es autora de once libros de poesía, entre los que destacan Poemas reunidos, 1958-2012 (conaculta, 2013) y Afluentes (unam-dge/El Equilibrista, 2010). Entre sus libros de ensayos están los títulos Imperfecta semejanza (unam, 2015) y Santo y seña (fce, 2007). Sus traducciones son de poesía inglesa e irlandesa, principalmente, por lo que ha traducido gran parte de la obra poética y ensayística del nobel irlandés Seamus Heaney. Entre las distinciones que ha recibido se encuentran el Premio Nacional Alfonso Reyes (1977), el Premio Nacional de Traducción de Poesía (1992), el Premio Xavier Villaurrutia (2007) y el Premio Linda Gaboriau (2010). Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte (snca).