Uso y función en el estudio de los objetos

Alfredo Tenoch Cid Jurado *

Un objeto es el signo de su propio uso y de su propia función, de acuerdo con el principio de interpretación y con la radicación de significados específicos acumulados. Cada significado es el resultado de hábitos interpretativos, socialmente compartidos.1 Gracias a esta cualidad, un peine sirve para peinar, una taza para beber algo caliente, preferentemente, y un zapato para ser calzado. El objeto puede desprender indicaciones útiles para ser conceptualizado y para pensar en su diseño y en las modificaciones ulteriores al concepto que le sirve de base.

Las competencias cognitivas parten de los hábitos sociales en el uso y el consumo de cada uno de los objetos de la vida cotidiana; son indispensables en la interpretación del uso y en la función asignada por parte del sujeto usuario. Tanto el uso como la función se encuentran determinadas por la percepción y la interpretación gracias a las acciones posibles derivadas de ellos.

Leroi-Gourhan observa las posibilidades implícitas en el ser humano, emanadas del uso de los objetos, en términos de practicidad en el dominio de las competencias (la memoria), determinadas por la función y el uso como hábitos sociales.2 El hábito interpretativo, es decir, el hecho de asignar un significado al objeto específico, un interpretante lógico-final —“mi peine”, “la taza para su café”, “su personalidad está en su coche”—, resulta de la relación establecida por un objeto con las necesidades existentes en la vida cotidiana de cada individuo. De dicha relación nace la individualización subjetiva y su estrecha conexión con el sistema de los objetos.3 El sistema semiótico de los objetos es la suma de usos, funciones y derivaciones cognitivas que permiten deslizamientos de significado, así como la evolución en su propia concepción.

La comprensión es el resultado adecuado en la interpretación de un objeto a partir de los niveles semánticos puestos en marcha por el proceso de relación entre el objeto, el concepto, y lo que se sabe y lo que se debe saber sobre él. Existen diversos factores que intervienen en esa relación y actúan de manera simultánea; gracias a su acción se activan aspectos culturales, éticos, cognitivos, ontológicos, y se despliegan durante la ritualidad y la acción cotidiana del uso. La fuerza del significado del objeto cotidiano es producto de una semiótica social, es decir, de la forma de construir una semántica unitaria y, al mismo tiempo, colectiva.

El uso y la función en la relación entre sujeto y objeto son operaciones sociales y convierten esa relación en un proceso activado por distintos sujetos, más o menos de la misma manera. Las preguntas que se desprenden son las siguientes: ¿el uso y la función forman parte de la construcción del proceso cognitivo de un objeto y establecen los niveles semióticos de significado para su interpretación? ¿De qué manera interactúan esos niveles para alcanzar objetivos precisos y específicos de significado y, al mismo tiempo, una dimensión holística del objeto?

Niveles de significado en la semiótica del objeto

La semiótica aplicada al estudio de los objetos surge a mediados de la segunda mitad del siglo pasado. Hacia finales de la década retoma algunas tareas pendientes mantenidas en suspenso y aparecen nuevos enfoques gracias a la interacción entre la reflexión filosófica, el conocimiento sobre los procesos cognitivos y los estudios de la percepción.4 Al inicio, distintas escuelas debieron dar cuenta de la necesidad de comprender el objeto a partir de su continua generación de acciones y competencias, entendidas como parte elemental del significado.

La primera aproximación radicó necesariamente en el significado, es decir, en el estrato semántico y en la posibilidad de formar parte de un proceso social y, por ende, en la base de una cultura. La construcción de significado es el resultado de un proceso en grado de activar respuestas comportamentales de carácter social. Una semiótica interpretativa colocada en una perspectiva cultural observa en el objeto dimensiones significantes necesarias para su comprensión como una máquina generadora de significados a partir de los hábitos interpretativos.5

Si se considera al objeto como un cúmulo de acciones, funciones y usos, adquiere una doble valencia, ya que por una parte se coloca en el plano de las formas materiales con requerimientos de carácter estésico, al llegar por medio de la percepción a traducirse en sensación y emoción; estético, en su aspecto social emotivo-perceptivo, al momento de lograr una conexión humana con la realidad, y pasional, al componer una sólida relación causal de emociones dirigidas y previstas a partir de la concepción ideativa del objeto. Por otra parte, el objeto constituye la suma conceptual de un plano amplio de confluencias en grado de reunir una serie de abstracciones, cuya totalidad aglutina capacidades interpretativas, pero que al mismo tiempo es transmisor y preservador de las competencias culturales específicas. El producto escapa a la materialidad del objeto, pues un servicio, un objeto virtual y un servicio virtual entran en la definición de “producto”, aunque el mecanismo generador de significado opera de manera similar.

La reflexión de la teoría sobre la relación semiótica entre un objeto y la estética ha sido ampliamente desarrollada en los albores de la disciplina. El objeto estético es el resultado de un concepto colectivo de representación que se concreta gracias a su capacidad de estructurar sus formas a través de la concreción manifiesta, lo cual involucra el uso y la función. Para lograrlo actúa como envase receptor de valores sociales asignados y reconocibles por grupos de usuarios. Esos valores colocados en una dimensión más amplia constituyen la cultura material.

La estructura obedece entonces a una doble composición: interna, en cuanto “artefacto” producto de un orden organizativo de componentes, fases, acciones previstas y posibles, derivadas, y externa, reflejada en la estructura social del conjunto de artefactos, de la cual cada objeto es solo una representación individual, en calidad de espécimen. Las observaciones de Mukařovský resaltan el componente estético y los posteriores desarrollos subrayan el carácter normalizador de la estética sobre los objetos gracias a dos conceptos fundamentales: el valor estético y la norma estética, ambos presentes en cada objeto.6

Por otro lado, la idea de conectar el objeto con su función es el resultado de un proceso lógico que, a partir de su uso, permite retomar la relación lógica planteada por Peirce. A partir de los interpretantes entendidos como signos convertidos en acciones, en emociones o en ideas más desarrolladas, un signo objeto es generador infinito de significado aunque circunscrito por los contextos y las circunstancias. Es precisamente en las emociones (affections) donde se localiza la evidencia del proceso existente en la relación entre sujeto y objeto.

La primera dimensión estésica se sitúa en las observaciones de corte semio-fisio-antropológico, gracias a la cual los objetos se convierten en extensiones del cuerpo. Su cualidad de prótesis complementaria y potenciadora de los límites corpóreos del ser humano radica en el uso.7 Y es justamente en el paso del uso a la función donde se localiza la simiente de la dimensión patémica, ya que la relación con el objeto no reside en un nexo planteado “por oposición” a una lógica derivada de la interpretación, sino en una respuesta de carácter individual,8 incluso posible gracias a una conexión causa-efecto.

Si el objeto posee una dimensión por oposición, esta debe ser describible a partir de la dicotomía euforia/disforia; pero la forma de manifestarse reside precisamente en ser el vehículo portador de placer o de displacer o dolor. Es indudablemente en el uso y en el reconocimiento de la función donde ambas posibilidades pueden conjuntar y poner en marcha la maquinaria generadora de sentido. La receptibilidad del objeto parte, entonces, de su percepción por parte del individuo, de su conexión estésica, y se proyecta sobre la intersubjetividad al compartir la derivación de emociones provenientes de los objetos: el objeto no es una pasión, es tan solo su elemento conductor, su vehículo.

El objeto en su uso se convierte en portador de conocimiento:

Es interno o intrínseco hacia su forma de empleo y en concordancia con los determinantes factitivos presentes en la dimensión performativa, gracias a la conexión de uso y de función entre el ser humano y el objeto.9 La cognición se manifiesta en la capacidad intrínseca de mostrar el modo de empleo del objeto obligando a la adaptación incluso corporal para su uso.

Es extrínseco cuando la observación se efectúa por fuera de los límites físicos del objeto; se trata de una observación total, general, que posibilita la comprensión del objeto en relación con el resto del sistema de los objetos. Tal y como sucede con un tenedor para postre en relación con el sistema de tenedores, cubiertos e instrumentos para consumir alimentos, y por complementación, plato; o bien, por oposición, palillos. Es en su ser extrínseco ahí donde el objeto deja de ser un texto para convertirse en signo.

La relación entre objeto y significado se establece por el contexto, la circunstancia y el aspecto específico, en el espacio de exhibición donde un objeto puede mostrar sus significados.10 Al situar el objeto y su uso en relación con su significado, es posible determinar la comprensión del objeto: ¿qué es?, ¿cómo funciona?, ¿para qué sirve? La interpretación se proyecta hacia los grados de complejidad en el uso cotidiano y supone una serie de problemáticas para su conceptualización y diseño.11

Justamente, Norman sitúa un primer aro circunstante del objeto que requiere de la información específica para un uso correcto. La usabilidad destaca como criterio clasificatorio de los objetos, a lo que se suma la complejidad, aumentada por las funciones que pueden definir un diseño eficiente/deficiente y un sistema de instrucciones incompletas/profusas. Las observaciones de Norman apuntan hacia los esquemas mentales, descritos por la semiótica cognitiva, provenientes de los esquemas cognitivos.12 Dichos esquemas se encuentran depositados en las habilidades desarrolladas por el sujeto que los utiliza, como consecuencia de la competencia cultural determinante del sistema de los objetos que definen dicha cultura y su continua interacción con ellos.

A partir de las observaciones anteriores, es posible distinguir en la historia de una semiótica del objeto una preocupación básica, la cual se materializa en crear parámetros que permitan distinguir el uso de la función. Un nivel ulterior de significado resulta entonces necesario para distinguir los significados sociales de un objeto: su dimensión epistemológica, su dimensión ontológica y su dimensión alética.

Una taza de café: dimensiones del significado

El ejercicio analítico de un objeto centra su utilidad en ejes paralelos, coincidentes y, al mismo tiempo, complementarios. El análisis debe poseer tres líneas de desarrollo: una línea ideativa, en la cual se basan futuros diseños; una línea ideal, que hace posible reflexionar valorativamente la concreción resuelta, y una línea idónea, gracias a la cual se puede pensar el diseño como una tarea pedagógica. Cada una de esas “paralelidades convergentes” requiere de una subdivisión que permita comprender los efectos del significado en su materialización en cada objeto diseñado.

El objeto elegido para el análisis incluye las dimensiones individuadas a partir de la función, para así distinguirlas por medio de las líneas ideativa, ideal e idónea. Se trata de una taza de café expreso, a partir del funcionamiento de las dimensiones transformadas en funciones del significado. Las características deben responder a los niveles de significado, ya que no se trata de un satisfactor de una necesidad primaria —ingesta de bebida caliente—, sino de una variante que supone una serie de hábitos y acciones concatenadas de segundo nivel. La aglutinación de significados vuelve compleja la base significativa de la cual se desprenden los ejes semánticos capaces de asumir funciones particulares y de complejizar el significado presente en estratos de esa taza en particular.

La descripción

La taza de café expreso de estilo Romanov es porcelana de Limoges, por lo que ha sido cocida en dos ocasiones, antes y después del glaseado. El decorado muestra escenas galantes de corte del siglo xviii y algunas de sus partes están bañadas en oro.

Sus marcas distintivas están en la forma coordinada entre el plato que sirve de soporte y del contendor de líquidos de la taza, así como del asa. Cada elemento posee información específica capaz de cumplir con una función definida y la suma de ellas proporciona el significado total del objeto.

Función estética
Agrupa las principales características plásticas. En el plano de la expresión o de las formas materiales se encuentran el color, el baño en metales preciosos, la forma del contendor, la forma del asa, las imágenes representadas, el tamaño. El plano del contenido apunta a los significados por oposición al objeto taza —recipiente de bebida caliente— y a la diferenciación del tipo de taza. Mientras que el asa y el recipiente coinciden en representar el concepto de caloridad, el asa mantiene el calor lejos del cuerpo humano y el recipiente lo conserva. Sin embargo, el asa conceptualiza el significado romanovidad por oposición a la forma de otras asas (Berganza, Habsburgo). El color funciona hacia dos significados: el tipo de taza (Romanov) y el tipo de porcelana (Limoges). Hacia este segundo significado convergen las formas materiales, el color, el estampado, la consistencia de la porcelana.

Función factitiva
El plato sobre el cual se posa la taza es rico en información, así como el contendor de líquidos y el asa. La taza, para poder permanecer en equilibrio y no permitir el derramamiento del café, debe sentar su posición, ya sea sobre el plato o sobre la parte plana del recipiente. Debe además ser tomada por el asa para llevar el líquido a la boca. Se trata de dos formas de entrar en relación con el humano, del cual es una extensión innatural, al suplir la incapacidad del hombre para transportar una bebida caliente con sus manos. La segunda actúa como aislante térmico, al imposibilitar que el calor del líquido entre en contacto con el cuerpo humano y pueda ser aferrado por la extremidad a través de los dedos, exigiendo al usuario un gesto específico.

Cuadro 1. Significados y expresiones materiales

Función alética
La taza posee marcas de significado capaces de vehicular su contenido semántico. Se trata de componentes depositados en el objeto con una carga idónea para determinar su interpretación global. Uno de los criterios para establecer el grado de verdad se encuentra en elementos formales capaces de comprobar el nivel de autenticidad de la taza: se trata de elementos con función alética en el objeto: existen normas específicas para identificar un objeto realizado bajo la denominación “Limoges”. No todos son pertinentes a este estudio, pero forman parte del sistema que da valor al objeto en análisis, por ejemplo, en cuál casa productora se realiza, en qué periodo de la historia de la porcelana de esa ciudad, entre otros.13

Cuadro 2. Componentes y acciones derivadas

Función deóntica
Una serie de acciones obligatorias se desprenden del objeto: su colocación antes y durante el uso, su manipulación con el cuerpo. Por ejemplo, tanto el asa como el recipiente y el plato obligan a una posición corporal y a un gesto adecuado para el uso correcto del objeto, como el comportamiento requerido propio de la corte de esa casa reinante y los modales adecuados. La simple bebida del café implica una posición de la mano que deja el dedo meñique libre para poder ser alzado y una forma de dirigir la taza hacia la boca, sosteniendo el plato con la otra mano en caso de ser levantada de la mesa. El significado apunta a un valor destacado directamente en relación con un valor trascendental: la elegancia como signo de realeza. El objeto refleja un “deber ser” del sujeto durante su uso y al asignarle una función.

Función epistémica
Brindar conocimiento pareciera no ser evidente en el diseño de la taza, y sin embargo, esto se encuentra activo en varios componentes del binomio taza-plato. Los elementos de la taza se desempeñan sobre dos posibilidades: reconocimiento y conocimiento. En la primera, el sujeto reconoce en el objeto las principales funciones porque las puede contrastar con un signo-objeto depositado en su mente.

La conexión resultante con la taza en cuestión le permitirá formular un signo-interpretante más desarrollado, más acabado y con mayor información específica capaz de permitir una precisión interpretativa más completa: una taza de porcelana de Limoges estilo Romanov.

La segunda tiene que ver con la función epistémica, ya que debe, por su diseño, mostrar los tres niveles de significado en posesión, su forma de uso y la red sistémica que requiere su correcta interpretación (gesto, movimiento, proxémica). De este modo son distinguibles tres de ellas: la tacidad como portador de líquido caliente; la cualidad de ser porcelana de Limoges ligada a su elegancia y uso selectivo, y la cualidad de ser estilo Romanov que determina su rasgo diferencial con otras tazas en condiciones similares de elegancia.

Función veridictoria
La condición que vuelve real el objeto taza en su condición de “taza”, en el caso del ejemplo elegido, radica en su uso y en la función primaria que detenta. De este modo, su colocación en una vitrina como objeto de colección apunta a su cualidad del estilo o del tipo de elaboración de la porcelana. Su uso en una mesa al momento de servir el café confirma el uso de taza y vuelve secundarios los dos anteriores. La función queda determinada entonces en la relación objeto-contexto.

Objetos, usos y funciones

Las funciones se proyectan sobre las tres principales líneas pragmáticas al momento de utilizarlas como criterios de análisis. La línea ideativa, la línea ideal y la línea idónea. En la primera es posible situar algunas de las funciones para conceptualizar el significado único del objeto; la segunda puede dilucidar el contorno de un meta-objeto hacia el cual se dirigen los diseños, y gracias a las competencias provenientes del ejercicio de planear-crear y realizar, se construirá lo que se pretende alcanzar por medio de la función y del uso del objeto. La tercera hace posible una confrontación de la idea abstracta y la realización concreta generando parámetros capaces de evaluar los logros alcanzados por tales diseños. El eje de las líneas y el eje de las dimensiones trabajan en una intersección y permiten reconocer las continuas modificaciones —sintácticas, semánticas y pragmáticas— que van sufriendo los objetos en la interacción cotidiana con los seres humanos.

El modo asumido por el significado se vuelve evidente al permitir reconocer las variables con las cuales el cúmulo de significados de un objeto entra en procesos de determinación y complementación. Al mismo tiempo, cada modo situado en el eje significado-acción teje un entramado con otros objetos, otros usos y otras funciones, garantes todos de la vitalidad cultural de un objeto a través del flujo de significados generado. Ese mismo modo, al actuar como una sobredeterminación, se convierte en una acción que determina otra acción. Esa acción cumple una función, y gracias a esta fórmula es posible pensar en la modalización como un ejercicio capaz de producir significado. La acción se conecta con un signo como un signo energético interpretativo del significado depositado de manera virtual y desarrollable en un signo interpretante de carácter abierto dentro de la tipología del signo cognitivo.

A pesar de que la taza Romanov para café expreso ha permitido identificar la mayoría de las funciones al interior del objeto de manera detallada para ejemplificar los conceptos, solo la función veridictora se observa presente de manera parcial y se sitúa en la relación entre taza y contexto. Sin embargo, es importante subrayar dos aspectos: por una parte, no todas las funciones están presentes de manera evidente en todos los objetos; por otra, la interacción entre funciones hace que un mismo elemento del objeto pueda ser portador de dos o más de ellas.

Otro factor radica en el hecho de que hay funciones que podrían determinar el significado total de un objeto, por lo que una función predominante puede fijar el significado global del objeto. El contexto consigue privilegiar una función y los criterios del privilegio pueden depender de una visión de cronotopo, es decir, de “el aquí y el ahora” en la vida del objeto.

Las funciones, en lugar de ser vistas como operaciones de la modalidad discursiva, resultan más evidentes cuando las formas textuales son más cercanas a la lengua natural, para la cual fueron concebidas en su calidad de lógica organizadora del significado. La necesidad de extender los instrumentos de una semiótica de origen lingüístico debe superar las críticas de los resultados iniciales y explorar los procesos cognitivos subyacentes en los cuales radica la esencia del problema, así como utilizar el concepto de modo para incorporar nuevas perspectivas al estudio de los objetos.

Los planos de abstracción serán el resultado de una lógica cognitiva relativa a los actos de producción de significado y no de la aplicación de un modelo. De tal suerte, al hablar de dimensión a partir de una conceptualización de los modos de comportamiento se refleja el tipo específico de función que el modo realiza y su acción sitúa una dimensión. La dimensión es, entonces, un espacio de acción del objeto; puede ser vista como una de las partes componentes del objeto y puede ser la privilegiada de acuerdo con el aspecto o cualidad de la cual el objeto actúa como signo. Si los objetos son operadores semióticos de significados específicos, estos son identificables a partir de sus distintas funciones. La función puede privilegiar el motivo por el cual el objeto es signo de otra cosa para alguien. El uso del objeto puede estar o no en concordancia con la función, pero del uso pueden partir las distintas funciones con las cuales el objeto pone en marcha el trabajo interpretativo por parte de su usuario.

Una semiótica de las modalidades del objeto debe superar el espacio oscuro de acción heredado por la lingüística y abrir horizontes clasificatorios a actos comunicativos por la riqueza distintiva de los niveles de acción. Una dimensión es algo más que un modo de actuar, pero puede englobar los tipos de modo, clasificarlos, permitir observarlos como tipología, para responder a las tareas específicas que exige la teoría general del objeto. Es por ello que la estructura, la caracterización y el análisis refrendan su valor como esferas de pertinencia del trabajo analítico del semiólogo o semiotista.


*Profesor e investigador, Departamento de Educación y Comunicación, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana (uam), Unidad Xochimilco


Notas

1 Umberto Eco, La estructura ausente, Lumen, Barcelona, 1978.

2 André Leroi-Gourhan, Évolution et techniques, 2. Milieu et techniques, Albin Michel, París, 1945 y 1973 [trad. esp. Evolución y técnica, 2. El medio y la técnica, Taurus, Madrid, 1989].

3 Jean Baudrillard, El sistema de los objetos, Siglo xxi, México df, 1985 [1969].

4 Véase un punto de reflexión y un reinicio en el estudio semiótico del objeto en Umberto Eco, Kant y el ornitorrinco, Lumen, Barcelona, 1977 [1999]. Un estudio más detallado que comprende una amplia perspectiva transdisciplinaria se encuentra en la obra de Andrea Semprini, L’oggetto come processo e come azione. Per una sociosemiotica della vita quotidiana, Progetto Leonardo, Bolonia, 1995 y Andrea Semprini (a cura di), Il senso delle cose. I significati sociali e culturali degli oggetti quotidiani, Franco Angeli, Milán, 1999.

5 Umberto Eco, La estructura…, op. cit.

6 Jan Mukařovský, Studie z estetiky, Odeon, Praga, 1966 [trad. it. El significato dell’estetica, Einaudi, Turín, 1973].

7 Thierry Bonnot, La vie des objets, Éditions de la Maison des Sciencies del’homme, París, 2002; Umberto Eco, Kant…, op. cit.

8 Herman Parret, Les passions: essai sur la mise en discours de la subjectivité, P. Mardaga, Bruselas, 1986.

9 Michela Deni, Oggetti in azione. Semiotica degli oggetti: dalla teoría all’analisi, Franco Angeli, Milán, 2002; Jacques Fontanille y Alessandro Zinna (dirs.), Les objets au quotidian, Presses Universitaires de Limoges (Nouveaux Actes Sémiotiques-Recueil), Limoges, 2005.

10 Luis J. Prieto, Sulla conoscenza I, Pratiche, Parma, 1989; Isabella Pezzini y Pierluigi Cervelli, Scene del consumo: dallo shopping al museo, Meltemi, Roma, 2007.

11 Daniel A. Norman, The design of future things, Perseus Group Book, Nueva York, 2010.

12 Umberto Eco, Kant…, op. cit.

13 Véase Jo Pilcher, “Cómo reconocer los sellos de la porcelana francesa de Limoges”, en eHow, http://bit.ly/1WDXLNc, consultado en noviembre de 2015.