Cambios en la relación entre sociedad y recursos en la horticultura en Morelos

Nohora Beatriz Guzmán Ramírez
Elsa Guzmán Gómez ••


A lo largo de la historia social, los grupos humanos han llevado a cabo acciones sobre su entorno y los recursos naturales con el fin de subsistir y recrear sus formas de vida. A través de estas acciones es que se construye una relación con la naturaleza. Un ejemplo de esto son las elaboraciones simbólicas hechas dentro de una cultura en particular, que son incluidas en procesos sociales de asignación de significados, determinados a su vez por los conocimientos adquiridos y las sensibilidades e interpretaciones de la experiencia directa del individuo sobre el ambiente. Esto da como resultado la generación de percepciones propias sobre los recursos con las cuales van a ser definidas ciertas actividades.

El ser humano tiene historia porque transforma la naturaleza, sostiene Godelier.1 Al referirnos a la construcción cultural hecha por las personas nos acercamos al concepto de lugar,2 que se encuentra marcado por los referentes locales donde se desencadenan los procesos sociales. Es en estos últimos donde se entretejen las redes y se visualizan las regiones, resignificando el discurso de lo global de una manera activa. El lugar, entendido como concepto, tiene por eje las experiencias de recreación de paisajes, los mundos vividos y la conformación de las identidades, en contraposición con el desconocimiento de lo local. Esto último, visto como una estrategia del poder, desde el capitalismo y la modernidad, que agudiza las brechas entre los grupos que se apropian de los recursos, privilegiando el consumo y convirtiendo los recursos y el espacio en artículos de consumo.

El agua y la tierra, siendo recursos naturales, poseen particularidades que oscilan entre los significados biológicos, productivos y culturales. Ambas contienen las interfases entre lo ambiental y lo cultural, y se constituyen como elementos básicos para la actividad agrícola campesina. La agricultura no se podría llevar a cabo sin estos recursos, pues son utilizados aun en condiciones de escasez e incertidumbre, adecuándose a las limitaciones y posibilidades, así como a sus transformaciones constantes.

La tierra es el espacio de los pueblos, sobre ella se han construido significados simbólicos y prácticas que la han conformado como territorio.3 Esta acepción incluye el paisaje, las historias, las experiencias, los recuerdos, las defensas, los conflictos, los apegos, las identidades, en fin, el reconocimiento que realiza la gente al decir “mi tierra”. Actualmente, algunos pueblos mexicanos poseen tierras gracias al reparto agrario que tuvo lugar en la década de 1920 en el país, que les ha permitido ejercer su vocación agrícola cultural. Sin embargo, este vínculo se ha modificado a lo largo de los años porque mientras unos grupos mantienen la demanda de petición o ampliación de la tierra, y quienes han logrado obtenerla la han convertido en la base de su seguridad alimentaria, otros buscan venderla o rentarla para acceder a distintos bienes o posibilidades. En este sentido, la tierra confronta historias culturales, necesidades inmediatas y proyectos de distinta índole.

De la misma manera, el agua carga con un sistema complejo de elementos materiales y simbólicos, al ser el insumo básico de soporte y medio para una parte de la vida del planeta. El uso de este recurso implica ciertos conocimientos y experiencias para utilizarlo adecuadamente, es decir, para manejar escurrimientos, almacenarlo, conducirlo, entre otras actividades. Este manejo ha despertado, a su vez, grandes disputas por su control, suscitando historias de diferenciación social. Las limitaciones hídricas principales en la actualidad se refieren a la contaminación y la escasez, producidas por la distribución desigual. En todos los casos tienen que ver las disputas entre los usuarios rurales y otros sectores de la sociedad —ciudades, industrias, fraccionamientos—, así como entre los pueblos mismos.

El aumento en la presión por el uso de estos recursos para satisfacer las necesidades sociales y económicas ha hecho que éstos tengan un valor económico, que los convierte en mercancías sujetas a la oferta y la demanda. En este proceso, los recursos son extraídos y distribuidos respondiendo a un mercado que cada día se encuentra más extendido. Por ejemplo, el agua ya no corre libremente, sino que se transporta y almacena, y es controlada en recipientes de diferentes tamaños o en obras de infraestructura hidráulica. En el caso de la tierra, ésta es transportada y reubicada en distintos espacios para hacerlos productivos.

Como consecuencia de lo anterior, dichos recursos se independizan y los espacios ya no tienen la misma vocación e interdependencia, sino que pueden ser utilizados dependiendo de las necesidades sociales. Para producir ya no es necesario ser dueño de los medios de producción; ahora se pueden rentar tanto la tierra como la maquinaria e incluso acondicionar espacios para la producción a través del desplazamiento de los recursos.

Esta movilidad representa un mayor grado de complejidad en el nivel social, el cual propicia que se diversifiquen los actores, sus funciones y sus relaciones. Es decir, existen aquellos que se apropian directamente de los recursos y quienes los transfieren, con lo que se construyen distintos intereses difíciles de equilibrar. Por ejemplo, hay organizaciones político-administrativas del Estado que coexisten con organizaciones sociales, y ambas compiten por la autoridad y el control de los recursos en el nivel local. Por lo anterior, se redefinen las formas de organización en escala, nivel y lógica, en una coexistencia de contextos altamente mercantilizados y de autosubsistencia.

Con base en el planteamiento anterior, en el presente artículo se reflexiona sobre las relaciones de reespacialización que surgen en un proceso cultural determinado por lo local. La estructura del texto corresponde a los procesos de cambio generados en la comunidad de Santa Catarina, en Tepoztlán, Morelos, con respecto a la producción jitomatera, particularmente en la búsqueda de alternativas para manejar los recursos, impulsada por el deseo de la comunidad de mantener dicha actividad.

Transformaciones socioeconómicas

La comunidad de Santa Catarina, de origen náhuatl, pertenece al municipio de Tepoztlán y está ubicada al norte del estado de Morelos. Las tierras del pueblo se encuentran en dos zonas de conservación: el Corredor Biológico Chichinautzin y El Texcal. Esta última zona colinda con la Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (civac), situación que implica, por un lado, la restricción del uso de los recursos y, por otro, un gran interés por la tierra, dada su cercanía con la ciudad. Sus bosques templados y su diversidad biológica la vuelven muy atractiva para los urbanizadores de fraccionamientos.

Los pobladores de Santa Catarina desde 1940 se involucraron en un proceso de modernización, a través del cual fueron dotados de servicios paulatinamente. Por su proximidad con la ciudad de Cuernavaca, así como por las vías de comunicación que se fueron construyendo, se vincularon a ésta mediante la comercialización, algunos empleos, educación formal, entre otros. Todo ello dio lugar a un intenso proceso de modificaciones y conflictos, en tanto que las múltiples influencias y cambios implicaron diferentes intereses por parte de los actores.4

Asimismo, la inmediación con las urbes ha significado el interés de agentes externos por las tierras del pueblo, lo cual ha derivado en procesos irregulares de venta de tierras que no están exentos de conflictos. Además, la población urbana y el turismo aledaño incorporaron nuevas dinámicas en el comercio local, como la venta de tortillas hechas a mano, alimentos y cerveza, lo cual implicó cambios en la organización familiar. De igual manera, se distinguen fracturas comunitarias en la extracción y uso de los recursos, así como por la posesión de recursos limitados, como lo son el agua y la tierra.

Las tierras de Santa Catarina son reconocidas como tierras comunales. Dentro de ellas se contempla una fracción para el usufructo de toda la comunidad, especialmente para la recolección y el pastoreo, y otra fracción que se encuentra parcelada se destina al usufructo individual, especialmente agrícola. La agricultura es de temporal y actualmente se siembra en ella sobre todo maíz, frijol y otros acompañantes de la milpa. Tradicionalmente, el pueblo ha sido reconocido como el abastecedor de granos de la región: es la comunidad del municipio donde se siembra la mayor cantidad de maíz y es por esta razón que se empezaron a vender tortillas en la región. La vocación agrícola del pueblo también se ha vinculado al mercado de hortalizas.

En Santa Catarina existen complejos procesos y conflictos comunitarios, tanto hacia el interior como hacia el exterior de la localidad. De igual manera, se presentan diversas formas de negociar y adecuar sus propias pautas de reproducción y readecuación de prácticas, redes y organización comunitarias frente a una dinámica de cambio permanente.

Apropiación de la tierra y el agua

Agricultura y producción de jitomate

Desde la década de 1960 se inició el cultivo de jitomate en toda la región norte de Morelos, el cual se ha extendido desde Totolapan hasta Tepoztlán, en donde pueblos como San Andrés de la Cal y Santa Catarina se apropiaron de su cultivo y lo incluyeron entre sus labores como fuente de ingresos.5

Inicialmente, la apropiación de este cultivo implicó el aprendizaje de nuevas técnicas agrícolas, como colocar el envarado y el alambre para sostener las plantas, que se fue convirtiendo en un arte. Asimismo, el cuidado de las plantas requirió nuevos productos y dosis continuas de agroquímicos; la gran incidencia de plagas y enfermedades llevó a la aplicación de fungicidas e insecticidas, además de fertilizantes.

El conocimiento de las variedades de jitomate se fue dando a lo largo de las décadas, gracias a la introducción de nuevas especies por parte de los proveedores comerciales y las instituciones oficiales, así como por los requerimientos y exigencias del mercado. A mediados de 1970, la región estaba cubierta de alambrados y jitomates, y alcanzaba a cubrir 9 894 ha. Sin embargo, para 1980 la producción de jitomate fue disminuyendo en la región y también en Santa Catarina.

Durante las décadas subsecuentes la producción de este cultivo tuvo altas y bajas, por lo cual variaron las superficies de cultivo, los rendimientos, las técnicas y las tierras ocupadas. Lo anterior se debió tanto a las altas ganancias posibles de obtener con el jitomate como a los altos costos de producción, además de las pérdidas por enfermedades y la variabilidad en el precio del producto en el mercado. La presencia de huertas de jitomate todavía prevalece en algunas zonas de la región, pero en Santa Catarina se fue extinguiendo.

Con el cultivo del jitomate se aprendió, además de las técnicas agrícolas y las formas de venderlo en el mercado, que es posible obtener ingresos económicos que sirven para mejorar las condiciones de vida, además de invertir en la producción y en nuevos planes. Si bien la variabilidad de los precios en el mercado hace que los productores puedan perder todas sus inversiones durante algunos años, en otros ganan lo suficiente como para recuperarse de las pérdidas. También aprendieron que la intensificación del uso de la tecnología ayuda a sortear problemas pero incrementa los costos y no evita los riesgos, así que se requiere combinarlo con adecuaciones y creatividad tecnológica. Con esto se han ido paliando las dificultades; sin embargo, el jitomate no ha podido volver a despegar en las tierras de Santa Catarina.

El agua, un recurso de la comunidad

En Santa Catarina existe una fuerte tradición con respecto al manejo comunitario del agua. Esto implica la existencia de procesos de autogestión de este recurso regidos por usos y costumbres, cuyo principio fundamental es la reciprocidad. Con la concesión de un pozo de agua para el uso doméstico, la comunidad de Santa Catarina considera que el agua es un recurso de ella y para ella. Esto significa que el agua puede ser usada por las personas que son reconocidas como integrantes de la comunidad para el uso que requieran. Bajo esta premisa es que se implementó el cultivo de riego por goteo en las parcelas de jitomate, soportado en una red de transporte que llevaba el agua hasta los sitios de producción.

Por otra parte, el sistema de agua potable en Santa Catarina es administrado por un comité, cuyos miembros son elegidos entre los habitantes del pueblo en asamblea. La elección significa un reconocimiento de la comunidad al trabajo que ya han realizado los seleccionados en otros cargos, como la mayordomía. Aunque el comité trabaja ad honorem manteniendo los acuerdos por usos y costumbres de servicio a la comunidad, el pago del personal operativo del sistema (secretaria y bombero) y de la luz eléctrica ha implicado la necesidad de generar un costo.

Sin embargo, el pago de una cuota conlleva una relación diferente entre los usuarios, por lo cual se ha presentado un rechazo hacia el cobro de una cuota por el servicio de agua y, como consecuencia, hay un alto índice de morosos. Por otro lado, el comité se asumió como el administradorcliente, un híbrido que deja muchos vacíos de autoridad y de acuerdos sobre los derechos y las obligaciones de los usuarios. Todo esto propició un distanciamiento de los compromisos comunitarios de reciprocidad en el trabajo.

De manera paralela a los cambios en la gestión social del agua en Santa Catarina, en los últimos años, como parte del proceso de reconfiguración de las redes de articulación social, se ha dado un cambio en las formas de elección del comité del agua, más orientado hacia el sistema clientelar político-partidista del municipio de Tepoztlán. De este modo, los comités dependen más de las relaciones de poder para obtener recursos para la construcción y el mantenimiento de la infraestructura, lo cual deja de ser una acción colectiva para convertirse en una acción individual. Este tipo de relaciones sociales propicia la aparición de otros grupos de interés, crea desconfianza y construye lealtades fuera de la comunidad.

Lo que podemos observar en todo esto es el desplazamiento de las formas representativas locales comunitarias en favor de las formas clientelares-burocráticas que dependen más de las alianzas externas. De esta manera, encontramos la coexistencia de normas y acuerdos de tipo tradicional, regidos por usos y costumbres, junto con una fuerte presencia de formas burocráticogubernamentales que generan contradicciones y socavan acuerdos comunitarios que antes permitían un uso más exitoso del recurso.6

Otro factor determinante en el proceso de gestión del agua es el grupo de los llamados “piperos”, dado que las pipas cumplen un papel fundamental en la distribución del recurso, tanto para el uso doméstico como para el uso agrícola. Los piperos, que son los choferes de las pipas, se encargan de distribuir el agua, para lo cual tienen una organización compuesta por miembros de la comunidad que sean propietarios de pipas. El comité cobra una cuota de recuperación por llenar la pipa, a la cual se le adiciona el valor del transporte, que resulta ser siete veces más alto que el costo del llenado de la pipa. Anteriormente se mantenía la restricción de que sólo los vecinos de Santa Catarina podían ser beneficiados por este servicio; sin embargo, las pipas ahora tienen mayor libertad y muchos piperos comenzaron a vender agua fuera del pueblo, por lo que se han aumentado los controles para favorecer la exclusividad de la comunidad.

Como respuesta a esta situación se estableció un sistema de venta de boletas para los usuarios de la comunidad, con lo cual se restringe a los piperos a prestar sólo el servicio de transporte. No obstante, el desarrollo de actividades fuera de la población hace que se delegue la compra del líquido al pipero, quien hace uso del nombre de los usuarios de la comunidad para beneficio propio.

Estas modificaciones no sólo generan un cambio en el nivel de la organización social y la gestión del agua, sino que también alteran la percepción con respecto al recurso, convirtiendo el agua en una mercancía susceptible de compra y venta, ajena a los pobladores y con un alto riesgo de sobreexplotación y competencia por la demanda en aumento.

Movilidad de recursos productivos

Actualmente, aunado a las problemáticas propias del cultivo del jitomate, la presión sobre la tierra en Santa Catarina es un problema latente, debido a la proliferación de venta de propiedades y a la entrada de inmobiliarias para la construcción de fraccionamientos urbanos. Lo anterior ha incidido en las actividades de los jitomateros de esta comunidad, quienes han decidido buscar nuevas alternativas para seguir cultivando y obteniendo ganancias a partir del cultivo de jitomate.

Una de las estrategias fue migrar la producción a otros municipios, es decir, llevar todos los recursos con los que anteriormente cultivaban sus tierras a otros lugares fuera de su comunidad. Con esto también evitan la infestación de la mosquita blanca, que ya se ha vuelto incontrolable en las zonas bajas o cálidas de la región hortícola del norte de Morelos. Los jitomateros han encontrado alojo en parcelas de los municipios de Cuernavaca y Jiutepec,7 adonde llevan semillas, espalderas —varas y alambre—, agroquímicos y toda su experiencia. Van en la temporada de secas, durante el ciclo de otoño-invierno, ya que las tierras que rentan son utilizadas por sus propios dueños en el transcurso del temporal de lluvias, es decir, en el ciclo de primavera-verano. Así, durante el cultivo de jitomate les favorece un clima con temperaturas más bajas,8 el cual no trae el problema de la proliferación excesiva de plagas y enfermedades.

Otro factor muy importante en el cultivo de jitomate es el trabajo jornalero, por la gran cantidad de prácticas y el tiempo que se requiere para realizarlas. Por esta razón, para el cultivo fuera de las tierras de Tepoztlán se han construido nuevas modalidades de contrato, formando cuadrillas de jornaleros con trabajos fijos durante el periodo de cultivo. Dicha cuadrilla cuenta con trabajadores de distintos niveles de especialización, pues se distingue entre los cortadores y los seleccionadores- empacadores, lo que hace más eficiente el trabajo, además de que también se han diferenciado los salarios. Esto permite relaciones laborales más estables que convienen a las dos partes, pues significan garantía de empleo y trabajo. Las cuadrillas se forman con jornaleros de distintos orígenes que han ido ganado confianza con el productor, quienes son trasladados diariamente de la comunidad de Santa Catarina, donde se alojan, a las tierras de renta. Las distancias de traslado son relativamente cortas, pues se encuentran a 12 km de Cuernavaca, así que basta con una camioneta para el traslado diario de trabajadores y materiales de trabajo.

Este traslado implica la movilización de tecnología, pues todos los insumos y materiales que consiguen, adaptan y han trabajado en su comunidad los llevan día con día para instalarlos en las tierras fuereñas. Sin embargo, de todo lo que están llevando lo más importante es la experiencia y el conocimiento que han acumulado a lo largo de décadas como horticultores, herramientas que ellos mismos valoran al reproducirlas y trasladarlas en la búsqueda de ganancias en esta modalidad de adaptación que han desarrollado.

Por último, la movilidad del agua, como elemento fundamental en el proceso productivo, se ha favorecido por la organización local para la distribución del recurso en pipas. El agua ha sido utilizada para el riego, teniendo como forma de inclusión el pertenecer a la comunidad. El productor ya no es dueño de la tierra, pero tiene derecho al agua y es gracias a ella que produce. Es decir, el agua y la tierra son dos recursos que se han separado, lo cual ha permitido una mayor movilidad de las zonas de cultivo.

En Santa Catarina el sistema de riego por goteo implica una menor cantidad de agua y la posibilidad de la movilidad de los recursos, lo cual, aunado al sistema de cultivo del jitomate en pequeñas parcelas, hace que una pipa sea un sistema eficiente para el riego, a través del cual se aplican agroquímicos al mismo tiempo. Inicialmente, el transporte del agua era una actividad que se realizaba casi de forma exclusiva, pero los productores encontraron que al adquirir una pipa podían no sólo independizarse en el proceso de abasto, sino también tener una actividad económica alternativa. Es así como encontramos una pluriactividad tanto entre los piperos como entre los productores, es decir, son productores de jitomate y transportistas de agua.

Adaptación y cambio

El cultivo de jitomate en los Altos de Morelos muestra los procesos de adaptación de los pequeños productores y los cambios permanentes y necesarios que han realizado. Se trata de continuar con los cultivos para seguir participando en el mercado ante las condiciones de competencia comercial y la presión que cambió los procesos de producción.

El caso particular de Santa Catarina muestra la modalidad de dichas transformaciones en el sentido del traslado de recursos de una región a otra como parte de una movilidad compleja. Al hacer esto, los productores llevan consigo tanto los insumos necesarios para la producción como los conocimientos y la experiencia técnica obtenidos en sus propias tierras, además de la fuerza de trabajo requerida. Esto plantea una relación particular entre el espacio externo y los recursos propios, en la que el territorio adquiere una dimensión diferente, dado que los recursos naturales se mueven espacialmente de su lugar de origen y, con ellos, los procesos sociales.

Esto implica la construcción del territorio en términos dinámicos, es decir, en términos de una reterritorialización,9 pues los procesos sociales que conforman el proceso de producción transitan entre dos espacios diferentes. Lo anterior abre los márgenes para el uso de los recursos en su conjunto, lo cual permite a los jitomateros enfrentar las limitaciones que las formas anteriores de cultivo representaban para ellos y que, en este caso, se ha convertido en sobreexplotación de las tierras.

Los estudios de casos como el de Santa Catarina nos permiten realizar el análisis de la apropiación local de procesos que han sido generados desde márgenes amplios, como es el caso del mercado. Se trata de alternativas locales ante la globalización, que dan cuenta de los diferentes impactos que ésta produce.

La transformación socioeconómica construye una nueva relación entre los espacios y los recursos, haciendo que estos últimos sean cada día más transferibles; pero esto a su vez genera resistencias en las formas tradicionales de cohesión, en las cuales se articulan las nuevas formas organizativas de modernización del Estado mexicano.

La agricultura comercial conlleva no sólo productos prioritarios que valoriza sino nuevas técnicas y nuevas formas de consumo, así como comercialización y nuevas relaciones de producción, las cuales han llevado a las comunidades a replantearse las formas de cohesión y coerción para sus miembros. La lucha por el reconocimiento social ya se ha salido de la órbita de lo comunitario para estrecharse con alianzas más individualizadas, pero éstas siguen teniendo vínculos con las redes comunitarias establecidas a partir de la historia de la misma comunidad.

El mercado define opciones en función de los precios y las posibilidades de ganancia a las que los campesinos se adaptan, en tanto estén interesados en mantenerse vigentes como competidores. Actualmente, en la región jitomatera de Morelos se observan dinámicas de disminución de las tierras de este cultivo y un incremento en la diversidad, así como en la utilización intensa de la tecnología.

En este momento no se distinguen aún los efectos de estos procesos de movilidad de recursos sobre las tierras fuereñas ni las tendencias de nuevos cambios, pero las transformaciones no paran. Los productores continuarán buscando alternativas, otras modalidades de uso de los recursos y nuevos arreglos territoriales.



Profesora e investigadora, Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales y Estudios Regionales (cicser), uaem
•• Profesora e investigadora, Facultad de Ciencias Agropecuarias (fcag), uaem


Notas

1 Maurice Godelier, Lo ideal y lo material, Taurus, Madrid, 1989.

2 Arturo Escobar, Una minga para el postdesarrollo: lugar, medio ambiente y movimientos sociales en las transformaciones globales, pdtg/unmsm, Lima, 2010, https://goo.gl/eUEuVp

3 Gilberto Giménez, Teoría y análisis de la cultura, conaculta, México df, 2005.

4 Elsa Guzmán y Arturo León, Campesinos jitomateros. Especialización diversificada en los Altos de Morelos, uaem/Plaza y Valdés (Economía), Cuernavaca/México df, 2008.

5 Idem.

6 El concepto de exitoso lo entendemos desde los términos de Ostrom, quien lo define como mantener un equilibrio entre la extracción y la recuperación del recurso. Véase Elinor Ostrom, El gobierno de los bienes comunes, unam-crim/fce, Cuernavaca/México df, 2009.

7 En Cuernavaca se rentan tierras en las colonias de Tetela del Monte y Acapantzingo.

8 En Tepoztlán, durante el transcurso del periodo de cultivo primavera-verano la temperatura media es de 24 ºC, la mínima de 12.10 ºC y la máxima de 34 ºC. Por otro lado, en Cuernavaca, durante el periodo de cultivo del jitomate de otoño-invierno la temperatura media es de 19.6 ºC, la mínima de 11 ºC y la máxima de 29 ºC. Cfr. “Reporte por periodo”, Red de Estaciones Agrometeorológicas del Estado de Morelos, imta, https://goo.gl/gakGJM, consultado en septiembre de 2015.

9 Daniel Mato, “Una crítica de la idea de desterritorialización y otras afines, basada en estudios de caso sobre procesos de globalización”, en Diego Herrera y Carlo Emilio Piazzini Suárez (coords.), (Des)territorialidades y (No)lugares. Proceso de configuración y transformación social del espacio, La Carreta Editores/Universidad de Antioquía, Medellín, 2006, pp. 95-116.