Retórica/política espectral en Rodolfo Walsh

Roberto Monroy Álvarez


Es muy conocida la propuesta con la que Roland Barthes escribe “La muerte del autor”: no hay autoridad que exceda o preceda al texto para su interpretación que no sea el propio texto.1 El lenguaje, para una nueva manera de hacer crítica, es un juego de relaciones y estructuras dadas en la propia textualidad y significadas desde allí. Éste es el anuncio con el que Barthes llama a una crítica fundada en la muerte del autor para la interpretación del texto y de todo lo que de él se pueda pensar: psique, historia, sociedad, libertad.2

Esta idea no me es ajena, pero mi argumento rompe aquí con la lógica del teórico francés, pues lo que haré será invocar a un muerto, ese muerto que es (y no es) un autor. Para este conjuro, no pensado desde las interpretaciones conservadoras que Barthes denuncia sino como una forma de definir el asedio de los espectros, partiré de la vida del escritor argentino Rodolfo Walsh y de uno de sus cuentos, “Dos montones de tierra”.3 Para ello, no buscaré resaltar una relación causa-efecto entre autor y obra, sino pensar un movimiento complejo que reúna texto y experiencia de forma “inversa” a la habitual, suponiendo que tal vez la ficción antecede la vida de un autor.

Así, la idea que quiero proponer aquí parte de la misma escritura –y no de un autor o su experiencia–, llevada al campo de lo social para pensar que ciertas retóricas/políticas, consideradas como fuerzas discursivas, se hacen visibles constantemente en la historia de nuestras sociedades. Para lograr este argumento tomaré, en primer lugar, el cuento de Walsh –considerando su experiencia en el campo de la literatura y la política–, para analizar la retórica que subyace en el mismo texto; en la segunda parte del artículo trataré de ahondar en la figura del espectro –puesta en el cuento de Walsh–, a través de las reflexiones teóricas de Derrida y de la experiencia latinoamericana; en la tercera parte se retomarán ciertas precisiones sobre la historia de Argentina y México, a partir de ese asedio producido por los fantasmas que, como Walsh, siguen recorriendo las calles de nuestra memoria.

El cuento de los dos fantasmas

Rodolfo Walsh es reconocido en la historia argentina por varias características. En primer lugar, es un escritor fundamental en la tradición de este país, con varias obras indispensables para su acervo; en segundo lugar, es una figura imprescindible por su trabajo periodístico y su obra testimonial, con textos acordes con lo que él pensaba como las necesidades histórico-políticas de su momento, y, finalmente, es recordado por su militancia política en distintos colectivos y agrupaciones en Argentina, que terminó con su desaparición a manos de las fuerzas militares de su país en 1977. La carrera de Walsh, de esta manera, se construyó desde una postura común en las luchas latinoamericanas de hace más de medio siglo, que mezclaban la actividad intelectual con el compromiso político. En este cruce quisiera ahondar pensando simultáneamente los puntos anteriores.

En una entrevista con Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh planteó la posición desde la cual se había desenvuelto como un escritor crítico de toda una serie de formas estéticas e ideológicas propias de su momento histórico, deteniéndose precisamente en la idea de ficción como condición dominante de la narrativa moderna. De esta manera Walsh, haciendo un ejercicio de autocrítica, se pregunta si no será tiempo ya de abandonar la ficción como condición ideológico-estética: “Habría que ver hasta qué punto el cuento, la ficción y la novela no son de por sí el arte literario correspondiente a una determinada clase social [la burguesía] en un determinado periodo de desarrollo, y en ese sentido, y solamente en ese sentido, es probable que el arte de ficción esté alcanzando su esplendoroso final, esplendoroso como todos los finales, en el sentido probable de que un nuevo tipo de sociedad y nuevas formas de producción exijan un nuevo tipo de arte más documental, mucho más atenido a lo que es mostrable”.4

Rodolfo Walsh, siendo ya reconocido por ciertas narraciones importantes, parece decir que estas formas de ficción no son más que una reafirmación de la estética burguesa; en cambio, el autor de Operación masacre llega a preguntarse si no será que lo que él piensa que es un cambio de época –la Guerra Fría, la época de las guerrillas y la lucha de clases en Latinoamérica– debe generar otras formas narrativas, otras obras testimoniales no pensadas solamente como notas periodísticas, sino como propuestas discursivas oportunas a su momento y posición política. La investigación y la narración documentadas se convierten así en formas propias para contar historias desde la lucha de clases.

Es en este sentido que Walsh fue un autor que muchas veces prefirió, sin dejar completamente la ficción –él mismo se lo reprocha–, escribir desde cierta forma de la “investigación”, bien representada, por ejemplo, en el género policiaco. Conocido por su célebre detective, el comisario Laurenzi, su propuesta narrativa puede apreciarse especialmente en el cuento “Dos montones de tierra”, donde la pesquisa policial constituye una de las fuerzas utilizadas dentro de las relaciones de poder en la ficción.

En este cuento leemos que Carmen, un viejo gaucho de la pampa argentina, fue asesinado. El terrateniente y aparente gobernante del lugar, don Julián, llama al comisario Laurenzi para investigar el crimen. Desde un primer momento Laurenzi se da cuenta de que don Julián es tomado como un soberano por la gente de la región, suponiendo, entonces, que un motivo del asesinato era el robo de las tierras de Carmen por parte del terrateniente; sin embargo, el comisario descubrirá que el móvil es una venganza, de hecho la venganza de una venganza: mediante cierta investigación, Laurenzi averigua que, además del asesinato, hay otro crimen, menos drástico pero no menos importante, que será la quema “accidental” del trigal de don Julián por segundo año consecutivo. Al detective le parece extraño que los dos sucesos no estén relacionados.

Finalmente, descubierto el misterio, confronta a don Julián durante el entierro de Carmen; Laurenzi le dice al terrateniente que justo donde él mismo decidió que enterraran al difunto hay otro montón de tierra y que, aventurándose en una suposición, allí podrían encontrar, si escarbasen, los huesos de un perro, el perro de Carmen, último compañero que el viejo tuviera. Don Julián no teme en responder: si allí están esos huesos, si en esos huesos se aloja la bala con la que él lo mató, pues, como dice el propio cuento, el perro contrarió su ley, la ley de que todos los perros debían estar amarrados al anochecer por seguridad del ganado. Laurenzi, satisfecho, arroja su última acusación: “No le niego, pero el viejo estaba solo y no tenía más que el perro. Usted le mató el perro, él le quemó las cosechas” 5 y, finalmente, don Julián mató a Carmen. El terrateniente no puede afirmar lo contrario; regresa a su casa, ordena sus papeles y se da un tiro.

La forma del cuento policiaco tiene que ver con el desarrollo de unos saberes, dados por la investigación del detective Laurenzi, en oposición a quien ejerce el poder: Julián, el terrateniente, soberano y asesino del cuento. Esto nos recuerda toda una construcción discursiva e ideológica que históricamente pensó una división entre el saber y el poder: quien tiene el poder no tendrá el saber, y quien no tiene poder tendrá, en compensación, un saber,6 argumento que bien se ejemplifica en este cuento y en nuestra historia, desde la lucha de clases en su sentido más científico hasta la construcción de testimonios como géneros discursivos y literarios en Latinoamérica.

Sin embargo, en el cuento de Walsh no solamente existe la búsqueda del saber, sino que también hay espectros que parasitan la narrativa y construyen una retórica oculta. Si bien Laurenzi se fía de la deducción para resolver el crimen, hay en el texto ciertas figuras, inconclusas y perturbadoras, que vendrían a ser parte de esa resolución, fantasmas que aparecen en distintas partes de la historia: cuando Laurenzi, deambulando por el escritorio de don Julián, es asustado por una “luz verde” que “merodea” el lugar; en el momento de la acusación, el comisario recordará como las personas han visto, desde ese montón de tierra, una “luz mala” que espanta a la gente, y, al final del cuento, cuando el narrador reconoce que, en las tierras de Carmen, “la gente suele ver de noche dos luces flotando entre los matorrales, una más grande y otra más chica […] algunos fantasiosos las llaman: el viejo y su perro”.7

Esta figuración del espectro es, para este análisis, una retórica oculta que habla de una fuerza que no es la de la lógica deductiva, sino una fuerza que asedia desde los huesos de un muerto. Ilógico es pensar que la figuración oculta de estos muertos es mera coincidencia; al contrario, es parte de la fuerza que perturba la figura de poder: los espectros acompañan al detective en su enfrentamiento contra el asesino/soberano, y están allí buscando que se le dé justicia a sus huesos.

Si hacemos caso a Ricardo Piglia8 y leemos el cuento moderno como el encuentro de dos lógicas distintas y antagónicas, podemos decir que la retórica oculta de Walsh, la retórica de los espectros, perturbaría incluso el orden formal del texto policiaco, poniendo énfasis no en la investigación sino en la aparición de fantasmas y en la política que allí liberan. El encuentro de estas fuerzas, en el cuento, produciría este motivo narrativo que, quiero proponer, no es peculiaridad de la ficción argentina.

La política sin cuerpo

Lo que aquí se ha nombrado retórica oculta en el cuento de Walsh, como lógica narrativa, está relacionado no sólo con su literatura sino con la constitución de lo que intento denominar política espectral. Nos damos cuenta de que, en el cuento de Walsh, las fuerzas determinantes provienen de la llegada de un fantasma y la lucha contra el poder está, en gran medida, determinada por el conjuro de los muertos. Lo que a primera vista nos parecería un motivo fantástico es, para esta reflexión, una figura llevada a ciertas prácticas, que nombraré políticas, las cuales tienen como objetivo liberar el poder de un número incalculable de muertos para el asedio. Así, a partir de lo que podría pensarse como insignificante –los fantasmas del viejo Carmen y su perro–, quisiera tratar aquí la figuración de un cúmulo de experiencias contemporáneas que nos hablan de la fuerza de estos reaparecidos.

En Espectros de Marx, Jacques Derrida plantea un ejercicio que podría ser la base para pensar cierta historia latinoamericana. En este texto, Derrida se plantea una lectura atenta y contemporánea de lo que él llama el fantasma del marxismo luego de la caída del Muro de Berlín y el bloque socialista, y así, a partir del libro de Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, piensa el conjuro que está por venir para dicho espectro.9 Si seguimos la idea propuesta por Fukuyama en donde debemos pensar nuestra época como aquella en que la historia tiene su fin, es decir, el enfrentamiento clásico entre fuerzas ideológicas y lucha de clases –el fin del marxismo como teoría y como fuerza–, Derrida vendría a decirnos que no hay mejor momento para pensar al marxismo que éste en que ya no hay un cuerpo de él –una escuela filosófica, un partido comunista–, sino solamente su fantasma, que retorna en fuerzas inconclusas y asechantes10 de las discusiones modernas.

La idea del espectro en Derrida es importante, pues a partir de ella puede pensar y leer el marxismo y lo que él llama nueva internacional; sin embargo, su impresión no viene directo de Marx, sino que la retoma del Hamlet de Shakespeare. En la tragedia, el difunto rey de Dinamarca vuelve a aparecerse, en la forma de un espectro, al joven príncipe, exigiéndole cobrar justicia por el crimen de su muerte. A Derrida le interesa esta figura, se intuye, por su condición liminal, que la ubica no del lado de los vivos pero tampoco del de los muertos (pues si estuviera muerto nada suyo aparecería otra vez), sino como mero fantasma que regresa para exigir justicia, la cual se vuelve un “asedio del estado corrupto”.

Entonces, Derrida hace una lectura semejante a partir del propio marxismo, analizando para ello el Manifiesto del Partido Comunista. Es célebre el comienzo de este texto: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma”.11 Desde esta lectura se podrá decir que lo que hace el manifesto es dotar de un cuerpo a aquello que no lo tiene, tratando de definir completamente qué es eso a lo que deberán llamar comunismo. Siguiendo la idea de Fukuyama –muy criticada en la revisión de Derrida–, la nuestra sería la época en la que Marx terminaría de morir. Paradójicamente, para Derrida éste será el momento más adecuado para pensar el marxismo, donde sólo nos queda la fuerza de un fantasma que asecha tanto la teoría más conservadora como las formas del Estado y la economía neoliberales.

Para Derrida, cierta fuerza de la política hoy no vendría dada por la formulación clásica del pensamiento más cientificista e histórico en términos de un materialismo dialéctico, sino por el asedio de eso que él llama espectros. Los espectros en Derrida vendrían a ser la presencia de la ausencia de una serie de entidades que ya no están, esto es, el nombre de una serie de muertos que asechan desde una condición irreductible las formas en que se pacifica o acicala la fuerza de los vencidos, llámese justicia, odio, venganza, entre otros. El muerto, al no encontrar un descanso, al no celebrarse en su nombre un ejercicio de duelo, volvería en la forma de un fantasma a exigir, asechar, espantar, según el cuento de Walsh. La política tendría toda su apuesta en el conjuro –en la doble acepción del término que bien precisa Derrida: llamamiento-exorcismo–12 de estos fantasmas, tratándose, “en efecto, de convocar espíritus como espectros con el gesto de una conjura positiva, aquella que jura para reclamar y no para reprimir”.13

Así, la lectura de Hamlet y Marx se convierte en un motivo recurrente de lo que Derrida ve como fuerzas, aquí pensadas como política, vistas en distintas situaciones que tienen que ver con lo que el autor llama la vuelta del aparecido. Piénsese, en este sentido, en todos los ejercicios o prácticas de las luchas sociales en Latinoamérica y en las fuerzas que, ni bien se materializan en un cuerpo político, como serían el sindicato o el partido, se dan a través del asecho de cierta condición ausente –muertos, desaparecidos, presos políticos–: las manadas desconocidas, llamadas muchas veces “anarquistas”, que cada 2 de octubre salen a marchar en México en nombre de los estudiantes asesinados en 1968, con la intención de atacar, desde su propia situación espectral, negocios de grandes transnacionales, oficinas del Estado mexicano, a los policías antimotines; los guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln), pensados desde un principio como fuerzas que asedian desde toda una historia de despojo y exclusión, que toman como nombre de lucha el nombre de un muerto, el nombre de un compañero caído; o la condición de los miles de desaparecidos que la situación de violencia en México ha dejado, contando, por ejemplo, a los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa que en 2014 fueron detenidos por las fuerzas del Estado y que desde entonces asechan el panorama público del país, por tomar algunos ejemplos.

Siguiendo a Walter Benjamin, podemos decir que todas estas experiencias de lucha por las que ha pasado México, pero también buena parte de la sociedad contemporánea, no se nutren sólo de la promesa de una generación libre, como supone el discurso, sino de la imagen de nuestros antepasados oprimidos, de nuestros muertos en el pasado.14

Desaparecidos y fosas

No es casual que esta retórica, esta figuración del espectro, se encuentre en uno de los textos de Rodolfo Walsh, al pensar que, en su momento, él mismo se convirtió en un fantasma. Con lo anterior me refiero a su desaparición a manos de la dictadura militar en Argentina. Walsh fue visto con vida por última vez el 25 de marzo de 1977, cuando fue arrestado por militares luego de un breve enfrentamiento que lo dejó gravemente herido. Su muerte nunca se confirmó y su nombre pasó a ser parte de los miles de desaparecidos durante la dictadura. Y aunque no se ha revelado cuál fue su destino, podemos hablar de un espectro de Walsh dejado por su cuerpo ausente, que retorna mientras sus restos no estén.

Como bien nos aclara Derrida, “el cadáver quizá no esté tan muerto, tan simplemente muerto como la conjuración trata de hacernos creer. El desparecido aparece siempre ahí, y su apariencia dista de no ser nada. Dista de no hacer nada. Suponiendo que los restos mortales sean identificables, hoy se sabe mejor que nunca que un muerto debe poder trabajar”.15 El trabajo de este espectro es de asedio y búsqueda; de asedio del Estado y búsqueda de su cuerpo para el duelo.

¿Cómo asedian los fantasmas la historia de nuestro presente? En la forma de una serie de denuncias jurídicas y políticas que exigen la aparición de los cuerpos: que se sepa dónde están y se castigue a los responsables. Los antiguos militares argentinos, a quienes empezó a enjuiciarse desde finales de la dictadura por la desaparición de personas, son los que se ven asediados por estos fantasmas que “de noche se vuelven luz mala y espantan a la gente”.16

Los fantasmas, aquellos nombres sin un cuerpo al cual pertenecer, empiezan a convertirse en testimonios ausentes de un proceso judicial y político en la Argentina, empiezan a ser testigos sin siquiera poder hablar. La politóloga Pilar Calveiro, una de las sobrevivientes de lo que ella considera campos de concentración en este país latinoamericano, reafirma que estos mismos fantasmas de la política argentina –y de las geografías en donde podamos pensar estos ejercicios de poder– se vuelven testimonios en contra de los culpables, de esos Estados corruptos que se ven de pronto asediados.

Para Calveiro, el trabajo de los espectros acontece mientras se buscan sus huesos, y así la identificación de los cuerpos viene a lograr un cierto ejercicio de justicia para esos fantasmas, un cierto duelo, una conjuración no dada por la voz solemne de un discurso estatal sino por el trabajo que significa una justicia espectral, pues si bien estos desaparecidos se resisten a aparecer, a ser reconocidos, su “recuperación y la identificación de los restos ha sido uno de los ejercicios de memoria más importantes”17 acerca de la experiencia vivida en Argentina. Esta memoria, convertida en herramienta judicial o en experiencia política, es ese mismo trabajo, esa misma forma en que el nombre de Rodolfo Walsh no descansa.

Sin embargo, la situación de los desaparecidos y sus nombres sin cuerpo no es propia de la edad y geografía argentina. El momento actual hace reaparecer en México estos mismos motivos de la narrativa política. Por un lado, la lista de desaparecidos por la situación de violencia que se ha visibilizado en los últimos años no disminuye, pues cada día hay más nombres sin cuerpos, más huellas sin la presencia que diga este soy yo, este es mi nombre, y lo que se multiplica son los ejercicios de búsqueda, los trabajos de duelo y memoria.

Por otro lado, el contexto actual ha conjurado otro tipo de espectros que, al contrario de los vistos en Argentina, carecen de nombre pero tienen cuerpo. Con ellos me refiero a la experiencia que en varias partes de México –San Fernando en Tamaulipas, Tetelcingo y Jojutla en Morelos, Iguala en Guerrero…– se describió como el hallazgo de fosas comunes clandestinas, agujeros en los que se arrojan los cuerpos de esos desechables de la tierra18 que serán puestos en largas listas de desconocidos.

Aquí es interesante cómo el ritual del duelo carece de un nombre desde el cual anunciar al muerto, pero que igualmente hace surgir, como la experiencia del trabajo al que Derrida se refiere, un ejercicio de política: desenterrar los cuerpos, llorarles, sepultarlos, buscar a los responsables y buscar también una justicia inacabada. Ese trabajo consistirá, pues, en un ejercicio de búsqueda también: en la de aquellos huesos, por parte del comisario Laurenzi, del perro enterrado en el primer montón de tierra –“y si escarbo entre los huesos y tengo un poco de suerte, voy a encontrar dos o tres plomos de su revolver”–,19 y en la del Equipo Argentino de Antropología Forense, o en la de los movimientos y sectores involucrados en el destape de fosas comunes en México, todos ejercicios-trabajos que se asemejan a ese ángel de la historia, que describió Benjamin, tratando de levantar las ruinas y revivir a los muertos. De esta manera, la política espectral, la política de los espectros, es el principio del trabajo que queda por hacer.

Despedida: la última carta de Walsh

Un dato más acerca de la vida de Walsh: meses antes de su desaparición, a Walsh se le había notificado que su hija y su yerno habían muerto también en un enfrentamiento con militares. Con la conmoción de semejante noticia, el 24 de marzo de 1977, justo un día antes de su desaparición, pareciera que el escritor se despedía del mundo, seguro de su propio fin, con la famosa “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, una declaración ríspida y peligrosa en aquellos momentos en Argentina que evidenciaba los crímenes de la dictadura.

La vida de Walsh se convierte así en una reescritura de su propio cuento, como se decía al principio de este artículo, no antecediendo la experiencia a la escritura, sino al contrario, como si la literatura constituyera una predicción: la aparición de un fantasma del futuro que anticipa el crimen pero que a la vez lo denuncia. Porque es inevitable pensar aquí en el cuento de Laurenzi, en Carmen y su perro, como podemos pensar en el mismo Walsh y su hija.

Don Julián, como el Estado argentino hizo con el escritor y su hija, “mató al perro y tres años después mató al viejo porque se habían vuelto dañinos y contrariaban su ley, que era la ley visible de las cosas, escrita en cada poste y en cada rama”.20 Como afirma Derrida a propósito de los fantasmas, ésta es una narrativa anacrónica, una historia en que los tiempos, pasado, presente y futuro, se confunden en el momento en que reaparecen los muertos, en el momento en que los espectros merodean las sombras de aquellos soberanos.



Profesor de Tiempo Completo, Centro Interdisciplinario de Investigación en Humanidades (ciihu), Universidad Autónoma del Estado de Morelos (uaem)



Notas

1 Roland Barthes, “La muerte del autor”, en María Stoopen Galán (coord.), Sujeto y relato. Antología de textos teóricos, unam, Ciudad de México, 2009, p. 104, https://bit.ly/2CGzM26

2 Ibid., p. 106.

3 Rodolfo Walsh, “Dos montones de tierra”, Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra (comp.), Cuentos policiacos. Tinta y pólvora, Páginas de Espuma, Madrid, 2005, https://bit.ly/2QxV3hw

4 Ricardo Piglia, “Walsh entrevistado por Ricardo Piglia”, Página 12, 31 de enero de 2006, https://bit.ly/2x6F94H

5 Rodolfo Walsh, “Dos montones…”, op. cit., p. 183.

6 Cfr. Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 2011, https://bit.ly/2p6BCjj

7 Rodolfo Walsh, “Dos montones…”, op. cit., p. 183.

8 Ricardo Piglia, “Tesis sobre el cuento”, Formas breves, Temas, Buenos Aires, 1999, pp. 105-111, https://bit.ly/2p6DdFP

9 Jacques Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional, Trotta, Madrid, 2012, https://bit.ly/2xs5DxN

10 Tal vez pueda ser de utilidad recordar al lector la diferencia oculta en la homofonía de esta palabra: ‘acechar’ significa observar con sigilo y cautela, mientras que ‘asechar’ se refiere a armar trampas, asechanzas contra alguien o algo, con el propósito de dañarlo. Véase Diccionario de la lengua española, http://dle.rae.es/?id=3wZCiaZ [N. del R.]

11 Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Roca, Ciudad de México, 1972, p. 49, https://bit.ly/1jZVGsp

12 Jacques Derrida, Espectros…, op. cit., pp. 54-62.

13 Ibid., p. 125.

14 Walter Benjamin, “Tesis de filosofía de la historia”, Ensayos escogidos, Ediciones Coyoacán, Ciudad de México, 2012, p. 72, https://bit.ly/2D7aFps

15 Jacques Derrida, Espectros de Marx..., op. cit., p. 113.

16 Rodolfo Walsh, “Dos montones…”, op. cit., p. 181.

17 Pilar Calveiro, Desapariciones. Memoria y desmemoria de los campos de concentración argentinos, Taurus, Ciudad de México, 2002, 267, https://bit.ly/2NQMe3B

18 Cfr. Rodrigo Mier González Cadaval, “Los desechables de la tierra”, Diversidades, desigualdades sociales: el decir de la filosofía, Asociación Iberoamericana de Filosofía Política, Bogotá, 2014.

19 Rodolfo Walsh, “Dos montones de tierra”, op. cit., p. 181.

20 Ibid., p. 182.