No han sido suficientes las veces que me he asumido:
esta es mi boca, este es mi vientre.
estas son las comisuras de mis labios
óxido
la línea vertical de la espalda a los tobillos
el ruido, huella metálica de la ortodoncia
el ruido.
Este cuerpo ha sido ciudad, desierto subterráneo
el parque donde jugábamos antes de dormir por las noches
río de espinas azules bajo una sábana fría
especie rara de ave sobrevolando la azotea.
Estos gestos, este sentir lento
origami mecánico
blindaje permanente para resistir las piaras
las bocanadas domésticas
las manos esperando antes de una despedida
áspera.
Esto soy yo, esto es mío
el abrazo en la bañera de agua hirviendo
mis clavículas
el sutil olor cuando enfermo
mi eterna anacronía de domingo
las llamadas que no hice
lo que tocaron mis manos
los sitios donde no estuve
las frutas que mordí
lo que dejé sin dar la vuelta
yo.
Este amor entre nosotros no ha sido nunca una sábana tibia
una postura fija
o un animal domesticado.
Empezó por deshacerse de la espesura entre ambos cuerpos
quitando los diques uno a uno, precisando puentes donde era necesario.
No ha sido nunca un ardor ingrávido
y sin embargo hemos sentido las heridas del papel cortante
el rigor de la mandíbula conteniendo agua salada
las uñas rascando la carne tras una declaración firmada.
De algún modo, los dos habíamos sido responsables.
de la sal destapada, de las puertas abiertas
de la prontitud que merecía mayor espera.
Este amor no se nombra desde la cicatriz de su origen
pareciera en cambio sed inacabable
desprovista de minucias
tacto quirúrgico horizontal entre tus piernas
paracaídas cuya última estación radica en la firmeza
constante
de las palmas de tus manos.
No se nombra pero supervive incluso a las fechas
a la miseria del tiempo arrastrándose como caracol herido
a los perros de metal encerrados en tu cuerpo
a las flores que sin prisa intentan nacer en el mío.
Es el siglo xxi y se ha descubierto un nuevo órgano.
Según investigadores, se mantuvo oculto a causa del silencio
agazapado entre el crujir de huesos y estertores agónicos
imposibilitados en el disimulo de sus quejas.
No se trata, dicen, de un recién llegado
indómito, reservado
sorteando la obligación de ser útil
ante el vertedero de la ciencia.
¿Es entonces el sonido el estandarte de la vida?
Sé que existes cuando susurras
cuando tu voz resuena en una exhalación profunda
cuando tu llanto
cuando tus gritos
cuando el golpeteo de tus nudillos.
¿Cuántas piezas hacen falta?
¿Cuántas veces nos hemos preguntado si estamos completos?
Habría bastado agregar protección al miocardio
agujas de reserva ante la garganta anudada
pleuras para escupir esa rabia, tanta rabia
que no se conforma con descubrir ese pedazo de carne
que se mantuvo oculto
a causa del silencio.
♦ Liliana Magdaleno Horta. Nació en Irapuato, Guanajuato, en 1992. Es licenciada en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato. Fue integrante de la primera generación del Fondo para las Letras Guanajuatenses en las categorías de Cuento y Poesía. Su trabajo ha sido publicado en las antologías El tótem de la rana: catapulta de microrrelatos (buap, 2017), Las avenidas del cielo: muestrario poético de Aguascalientes y Guanajuato (uaa, 2018) y Punto de partida, núm. 209: Diez poetas de Guanajuato (1982-1996) (unam, 2018). Ha colaborado en medios digitales como Tribuna (Querétaro) e Igeteo (Guanajuato), y en las ediciones digitales de Anomalía, Golfa y Argonauta. En 2015 fue acreedora al Premio Nacional de Poesía María Luisa Moreno. Se ha desempeñado como editora web, locutora, docente y reportera.